Nuevamente, un artero ataque antisemita. Ahora en Sídney, Australia. Un grupo de tiradores disparó contra la multitud que celebraba el inicio de Jánuca, la celebración en memoria de los Macabeos, en la playa Bondi. Varios jefes de Estado y de gobierno han expresado sus condolencias y deplorado el antisemitismo. Curiosamente, el primer ministro australiano omitió esta segunda parte.
Estos ataques, que se han incrementado los últimos años en todo el mundo, aunque no de la magnitud del de ayer, son resultado de la campaña propagandística que convirtió la guerra en Gaza en un ficticio genocidio. El uso de esta palabra no fue inocente. Se trataba de acusar a Israel de cometer el máximo crimen, el mismo que le dio origen a ese país.
La respuesta israelí a la matanza del 7 de octubre de 2023 se convirtió en una guerra abierta, con una mayor pérdida de vidas debido a la estrategia de Hamás de esconderse en escuelas y hospitales, así como camuflar a sus combatientes como civiles. De inmediato, se activaron los grupos propalestinos en occidente, que no son sino células propagandísticas y de movilización.
Para eso existen, y para eso son financiadas. La campaña tuvo una gran resonancia gracias a los medios masivos que no tuvieron empacho en repetir mentiras, que paulatinamente hemos ido conociendo.
La tragedia de lo que suele llamarse Medio Oriente es la combinación de una versión radical del islam con el fanatismo izquierdista. De esa combinación surgió la Hermandad Musulmana, pero también Nasser (causante de las guerras de 1967 y 1973) y Jomeini. No es un conflicto religioso milenario, es el uso ideológico de la religión lo que explica 75 años de violencia absurda.
En occidente, son precisamente grupos de izquierda los que impulsan el antisemitismo, que ellos afirman es sólo antisionismo, sin entender que, después del Holocausto, ambas palabras significan lo mismo. Estos grupos acostumbran utilizar infundios que se originaron en el otro extremo del espectro, desde la acusación de deicidio hasta la repetición de los Protocolos de los Sabios de Zión, panfleto escrito por la policía zarista para justificar los pogromos.
A diferencia de lo que dice la propaganda, el verdadero acto genocida es el ataque fatal a una persona por el simple hecho de profesar el judaísmo. Ése sí es un acto que busca desaparecer a un pueblo entero.
El exceso de fuerza en la respuesta israelí es otra cosa. Prácticamente todo mundo está de acuerdo en que Netanyahu ha abusado de su poder, y ha mantenido vivos muchos problemas para evitar una elección que lo ponga fuera, o más bien, dentro de la cárcel, por las acusaciones de corrupción en su contra. Pero más allá de ese personaje, y de los fanáticos judíos que también existen, la continua amenaza sobre Israel que significa Irán, y sus instrumentos: Hamás, Hezbollá, hutíes, no puede menospreciarse. La conexión qatarí, y su medio de comunicación, Al-Jazeera, tampoco debe omitirse.
Frente a esas amenazas, que no son de hace dos años, y que explícitamente buscan el exterminio de los judíos, determinar si la respuesta al 7 de octubre fue excesiva es bastante complicado. Ahora que se suman ataques en otras partes del mundo, que es escudan en la falsa acusación de genocidio, la alianza del fanatismo izquierdista y el radicalismo islámico debería ser evidente, y merecería el repudio franco en todas las democracias del mundo.
Este es sólo un caso del exitoso uso de la propaganda en las democracias. Es tal vez el más doloroso, pero sólo es uno. De la misma forma se han inyectado ideas absurdas que explican el ascenso del populismo, el “wokismo”, el nativismo y el supremacismo.
Entre las redes sociales, y los medios masivos que intentan competir por un público cada vez más escaso, Occidente está siendo pastoreado hacia su destrucción. El pastor viene del frío.