Fuera de la Caja

Ficción y ruptura

Si hace 90 años el espíritu de los tiempos llevó a Cárdenas a construir un Estado corporativo, hoy ese espíritu apunta a Estados iliberales, a la concentración del poder en una sola persona. Ahí estamos.

En esta semana he dedicado mis colaboraciones a platicarle algo de lo que encontré escribiendo Conspiraciones. México a través de seis siglos. He abusado de este espacio, y de usted, porque creo que los hallazgos valen la pena. No es un libro dedicado a buscar mitos históricos y develarlos, aunque en el camino eso ocurra. No es un libro de historia, aunque se cubre el pasado y hay fechas y nombres en abundancia. Me han dicho que es un ensayo.

Ya hace casi 20 años que afirmé que la Revolución Mexicana nunca existió. Hubo una serie de guerras civiles, sin objetivo alguno más allá de tomar el poder, que después fue dotada de cierto sentido para legitimar a quienes finalmente llegaron a él. Durante 15 años los sonorenses gobernaron, y lo hicieron de forma similar a lo que antes habían hecho Juárez y Díaz, es decir, mediante una coalición de hombres fuertes regionales y un monarca nacional buscaron consolidar un Estado moderno: una burocracia eficiente, un ejército profesional y un conjunto de reglas aplicables a todos. Sin embargo, los sonorenses se destruyeron en conflictos intestinos, y el poder acabó en manos de un michoacano con una idea muy diferente: Lázaro Cárdenas.

Cárdenas intuye la estructura social tradicional de México, conformado por clanes y familias, organizado en corporaciones provenientes del siglo XVII, centrado en Guadalupe. Cárdenas admira, como fue común en esa época, las nuevas formas de gobierno en Europa, el fascismo y el comunismo. Crea entonces una nueva estructura social, neocorporativa: Reforma Agraria para eliminar a los pueblos de indios y reemplazarlos por ejidos; creación de sindicatos y grupos populares en las ciudades, para romper las viejas corporaciones; incorporación de esas estructuras al poder mediante un partido corporativo, el verdadero antecesor del PRI, el Partido de la Revolución Mexicana.

Desde entonces, México vive una fricción constante entre esas dos estructuras: la tradicional y la “revolucionaria”. En el siguiente cuarto de siglo, la fricción es controlada gracias al crecimiento económico que hace posible repartir. Para 1965, eso se ha agotado. El intento de continuar repartiendo lo que ya no hay provoca la gran crisis de 1982, a partir de la cual México queda escindido.

Es de ahí de donde viene lo que ahora llaman “ruptura del tejido social”. No es producto del capitalismo o neoliberalismo, sino de una construcción política inviable, legitimada con el cuento de la Revolución. En un nuevo intento de construir un Estado moderno, apostando a que ya había suficiente ciudadanía, transitamos a la democracia. En ese periodo logramos tener una burocracia eficiente (al menos a nivel nacional) y el mejor momento en la aplicación de reglas, pero olvidamos, menospreciamos, la necesidad del ejército profesional, y de su versión civil.

Con la mitad de la población en la informalidad (es decir, bajo reglas y lógica del siglo XVII), con el crimen organizado en crecimiento, ya no fue ni un cura ni un agrónomo el causante del desastre, fue un embaucador profesional. Y si hace 90 años el espíritu de los tiempos llevó a Cárdenas a construir un Estado corporativo, hoy ese espíritu apunta a Estados iliberales, a la concentración del poder en una sola persona. Ahí estamos.

Conspiraciones. México a través de seis siglos concentra la historia de este país, y de su contexto global, en poco más de 300 páginas. Es una guía, no un viaje detallado. Quería entender por qué nos cuesta tanto transitar a un Estado moderno, que es la base de la democracia, el crecimiento económico y la justicia. Ojalá le interese leerlo, y ya me dirá usted si el esfuerzo valió la pena.

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