Fuera de la Caja

Retroceso

López Obrador está siendo capaz de cumplir algo que la mayoría de los líderes populistas no logra: regresar de verdad el país al pasado.

Ya hemos comentado aquí tres definiciones diferentes de populismo, dependiendo de la esfera: económicamente, un gobierno que gasta de más en el presente y pone en riesgo el futuro; políticamente, un líder que destruye las mediaciones para conectar directamente con la población; electoralmente, la invención de un pasado glorioso, que se perdió debido a una élite malvada, y la oferta de terminar con esa élite y regresar a la gloria.

Es claro que López Obrador cumple las tres definiciones, pero me llama la atención que, en la última, está siendo capaz de cumplir algo que la mayoría de los líderes populistas no logra: regresar de verdad al país al pasado.

Lo está logrando en materia económica. Ha debilitado significativamente al sector privado y sólo se reúne y da contratos a los empresarios compadres, creados en ese pasado de crony capitalism (capitalismo de cuates). Ha tirado cantidades ingentes de recursos en Pemex y CFE, que hoy pierden mucho más que antes, produciendo cada vez peor. Ha regresado a las obras faraónicas, vistosas, pero sin utilidad, aunque en su caso lo de vistosas no se cumpla.

Lo está logrando en política social. Se destruyeron los programas que servían, que podían medirse y evaluarse, para regresar a repartir dinero, a políticas asistencialistas que no reducen la pobreza, pero sí incrementan la dependencia de las personas de la ubre presupuestal. En esa destrucción, no paró mientes en dejar a 25 millones de personas sin atención de salud, en reducir a un tercio la cobertura de vacunas para niños y en dejar en el desabasto al sistema entero. Con tal de poder repartir dinero para comprar votos, lo demás no le importa.

Ahora busca lograrlo en materia electoral. Aunque su reforma constitucional está muerta, como él mismo lo ha reconocido, propondrá cambios legales, que serán inconstitucionales, con la esperanza de que la Suprema Corte no se los eche abajo. Esos cambios buscan regresar el sistema electoral al funcionamiento previo a la reforma de 1990: sin tribunales especializados, con el padrón electoral en manos de Gobernación y con un comité de organizadores elegido a mano alzada.

En suma, es un retroceso pleno. Es una restauración autoritaria, tanto en lo electoral como en lo social o lo económico. Es tener un gobierno que se elige a sí mismo, que destina los impuestos no a cumplir sus funciones, sino a comprar votos, y que intenta quedarse con el control de buena parte de la economía. Es regresar a los años setenta.

Como en otras partes del mundo, no dudo que en México existan muchos que están dispuestos a que este proceso triunfe. No les importa perder su capacidad de elegir, sus derechos, sus posibilidades, con tal de asegurar unos pocos pesos mensuales. No creo que sean muchos, pero sin duda existen.

Hay también quienes añoran ese pasado porque era mucho más fácil de entender. Lo único que se necesitaba era tener la suerte de un pariente bien colocado para conseguir alguna chambita en el gobierno, federal o local, haciendo lo que sea, pero ganando algo de dinero sin responsabilidad alguna. Este grupo depende de aquellos que sí le trabajan para obtener el hueso. Esos son los que organizan marchas, insultan en las redes, se inclinan en el Congreso.

Lo que sí sorprende un poco es esa gran cantidad de mexicanos que, como las ranas que se ponen a hervir, no alcanza a ver la magnitud del retroceso. Millones que, dicen, no ven mal al gobierno porque a ellos no les ha cambiado mucho la vida. Millones que son incapaces de ver cómo todo lo construido en los últimos 25 años, desde la democracia hasta la posibilidad de una amplia clase media, desde empresarios de verdad hasta un comercio exterior envidiable, todo está desapareciendo. Dirán después que no pensaron que eso ocurriría. Así es, no pensaron. Nunca.

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