Fuera de la Caja

Creencias y evidencias

Aún con lo traumático del golpe terrorista de S-11, fue en realidad el golpe económico de China lo que sentó las bases del movimiento político que acabó en manos de Trump.

El sábado se cumplieron 20 años del ataque a las Torres Gemelas en Nueva York. Ya habrá usted leído algo del alud de análisis, remembranzas, anécdotas que se han publicado con ese motivo. Entre todo esto, percibo cierta voluntad de identificar ese momento como un punto de inflexión, un momento fundamental de cambio. No creo que sea así, y me parece que vale la pena comentarlo.

Sin duda ese ataque fue algo espectacular, que pegó duro en la idea que tenían en Estados Unidos de invulnerabilidad, rodeados de océanos y aliados (Canadá y México). Fue también causa de mayor xenofobia en ese país, y de islamofobia en todo Occidente. Pero de ahí no sigue que haya sido un momento de cambio.

Por el contrario, Estados Unidos no sólo inició un ataque a Afganistán en respuesta, apoyado por todos sus aliados militares, sino que poco después logró ampliarlo a Irak. Esto no significa que esas decisiones hayan sido inteligentes, ni mucho menos que sus resultados hayan sido útiles a Estados Unidos, para no hablar de ‘buenos’, que no aplica.

Un par de meses después del ataque, China fue aceptada como miembro de la Organización Mundial de Comercio, y se puede argumentar que ese hecho es mucho más importante, en términos históricos, que el ataque a las torres. Con todo lo traumático del golpe terrorista, fue en realidad el golpe económico de China lo que sentó las bases del movimiento político que acabó en manos de Trump.

En opinión de esta columna, es aún más importante el cambio ocurrido alrededor de nuestra interpretación del mundo provocado por la aparición de las redes sociales (Facebook, 2006; teléfonos inteligentes, 2007) y el hundimiento de Wall Street (2008). Es de ahí de donde surgen movimientos sociales en Nueva York (99%), en España (15M, luego Podemos), y se fortalecen las perspectivas nativistas/nacionalistas, como en Francia (Le Pen), Hungría (Orbán), Turquía (Erdogan), etcétera.

Es muy complicado identificar los momentos de ruptura en los procesos históricos. Mucho más cuando son contemporáneos a nosotros. En esta época de medios masivos y redes sociales, cualquier cosa que sea espectacular y aguante un par de ciclos de noticias nos parece un ‘parteaguas’, como se decía antes. Pero algo similar nos ocurre cuando vemos el pasado. Magnicidios, inicios de revoluciones, nos parecen determinantes, cuando muy probablemente son sólo incidentes en procesos iniciados previamente.

Se ha hecho costumbre, por la gran presencia de estudiosos marxistas en las ciencias sociales, pensar que la historia responde a procesos económicos, que tarde o temprano se reflejan en movimientos políticos. Me parece que es una interpretación equivocada, porque todos los grandes cambios económicos han sido precedidos por nuevas formas de pensar, y no al contrario. Esto es cierto para la aparición de la agricultura, de la esclavitud, del tiempo de los imperios, de lo que llamamos ‘capitalismo’ con demasiada laxitud o, para el caso, de la época actual. Entiendo que no es una postura popular, pero la evidencia parece apoyarla.

Por cierto, está por publicarse un libro de la investigadora estadounidense Paige Harden llamado La lotería genética. Hay una entrevista a ella en The New Yorker que, junto a una plática de Jonathan Haidt de 2013 (que apenas vi hace dos semanas), me han ayudado a entender los ataques virulentos que recibió esta columna hace unos años, al reseñar el libro Blueprint de Robert Plomin. Ignoraba yo que, para la progresía, tanto la medición de la inteligencia general como la herencia eran temas tabú. Entendí aquellos ataques como un asunto político (estábamos rumbo a la elección de 2018). Lo era, pero a un nivel más profundo.

Pero, bueno, tratar de entender los fenómenos atendiendo evidencias, y no creencias (ideologías), tiene sus dificultades.

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