Una las mayores ironías de los tiempos que corren es que Donald Trump, en efecto, sea reconocido como el constructor de la paz.
Para un personaje que le asigna la importancia máxima a su propia persona, que sitúa los conflictos, discusiones, diferencias o negociaciones con él de por medio, como estableciendo un antes y un después: es la esencia de su libro “El negociador”.
Lo cierto es que hasta el viernes por la mañana, todos sus intentos por convocar, presionar o incluso amenazar a Vladímir Putin con un cese al fuego como punto de partida para un diálogo de negociaciones, habían sido inútiles. No solo por la resistencia de Putin, quien de suyo trae su propio regreso a los escenarios mundiales.
Pero Trump, con su estilo de fuerza, amenaza, presión, no había logrado absolutamente nada. Incluso llegó a cambiar su línea dura contra Zelenski al observar que Putin ni siquiera les prestaba atención a sus múltiples plazos y vencimientos para el inicio de una negociación. El viernes cambió eso con un escenario perfectamente producido, orquestado y coreografiado.
El paria del mundo, Vladímir Putin, el jefe de Estado y de gobierno que lleva más de 25 años sentado en la silla con elecciones amañadas y controladas, expulsado del G8 (entonces), castigado con brutales sanciones económicas por Occidente y además con expedientes abiertos y acusaciones por crímenes de guerra, volvió a una cumbre mundial con el presidente de Estados Unidos. ¡Gran triunfo! El ganador de toda esta telenovela se llamaba Vladímir Putin.
El criminal invasor, que rompió el derecho internacional y sufrió todo el rechazo de Europa, ahora está de vuelta en una bilateral como las viejas cumbres de la extinta URSS y Estados Unidos. O de él mismo en sus tiempos de presidente demócrata —un decir— porque se ha reunido con Clinton, Bush, Obama, Trump y Biden. Lleva 5 presidentes americanos en cumbres muy distintas en los últimos 27 años, pero todas, de igual a igual, como él pretende.
Así que Trump logró llevarlo a la mesa del diálogo —que no sabemos aún si con logros concretos— como el preámbulo de lo que sucedió ayer en la Casa Blanca, con Zelenski en persona y 6 líderes europeos de primer nivel.
El viernes no logró prácticamente nada, pero le regaló a Putin la foto. Nada del esperanzado y ansiado por Europa “cese al fuego”, al que Putin tanto se niega por no demostrar debilidad alguna. Incluso Zelenski ayer en Washington afirmó: “No pedimos por ahora el alto a las hostilidades, por evitar que Putin exija más condiciones”.
Hábil argumento, seguramente construido por Trump, al saber que Putin se negaría.
Pero en los hechos, anuncian un hipotético compromiso de garantías de seguridad (de Estados Unidos a Ucrania y a Europa) del que nadie se ha atrevido a detallar su contenido. “No se preocupen, los defenderemos bien”, le dijo Trump a los europeos. Totalmente en contradicción con su argumento eterno de que cada quien es responsable de su propia seguridad.
Y eso, por supuesto, abarca a Ucrania, la principal beneficiada y necesitada de dicha seguridad.
Trump asegura una reunión bilateral Zelenski-Putin (a la que el líder ruso se ha negado sistemáticamente) y, posteriormente, una trilateral Trump-Zelenski-Putin para cerrar el acuerdo de paz. A cambio, la estratégica región del Donbás que Rusia continúa exigiendo. No se alcanza a vislumbrar qué posible acuerdo permitiría a los dos líderes pactar sobre esta región, especialmente porque una de las condiciones europeas y de la ONU tras un conflicto regional es que no habrá compensaciones en territorio.
Por lo pronto, ayer en la mañana transmitieron un ambiente de calidez, de entendimiento entre Zelenski (Ucrania), Macron (Francia), Meloni (Italia), Merz (Alemania), Starmer (Reino Unido), Rutte (OTAN), Stubb (Finlandia) y Von der Leyen (Unión Europea) con el anfitrión, convocante y articulador Donald Trump.
El negociador hostil, el agresivo, el gran destructor de las cadenas de comercio internacional con sus disparatados aranceles, el impresentable y antidiplomático de Trump, que se adjudica haber resuelto 6 conflictos mundiales en los últimos meses (Ruanda y República del Congo, Tailandia vs. Camboya, India vs. Pakistán y quién sabe qué otros), quiere conquistar la aberración de un premio Nobel de la Paz a su persona.
Y el mundo está tan desequilibrado, que es posible que lo logre, considerando —escuche usted— que Israel —un portento de paz— y Pakistán lo han postulado formalmente.
Si esta le sale a Trump, se construirá en vida su propia estatua en Washington, a la que, por cierto, tiene también destruida, desempleada y militarizada.