El Globo

Nueva era en Argentina

Javier Milei representa la esperanza de un nuevo modelo económico de respeto indiscutible a la propiedad privada, al mercado libre de intervención estatal, a la competencia, al trabajo y la cooperación social.

Javier Milei asumió la Presidencia de Argentina el pasado domingo, en un viraje político y electoral trascendente.

Con su forma y condición, con sus ocurrencias y disparates a lo largo de la campaña, este economista y académico hasta ahora ajeno a la política logró capturar y capitalizar un extendido sentimiento de frustración y decepción en Argentina.

Tras 18 años de kirchnerismo (sólo interrumpido por cuatro años del fallido gobierno de Macri), Argentina se encuentra sumida en una espiral descendente de la vida económica, productiva y social.

Milei representa la esperanza de un nuevo modelo económico que él ha denominado libertario (el capitalismo extremo), de respeto indiscutible a la propiedad privada, al mercado libre de intervención estatal –señaló durante su discurso inaugural–, a la competencia, al trabajo y la cooperación social.

Hizo un guiño al compromiso social al hablar del servicio al prójimo, pero mediante mercancías o productos de mejor calidad y al menor precio.

Milei no habló de la polémica dolarización de la economía, tan publicitada durante su campaña, ni tampoco de la eliminación del Banco Central.

Sin embargo, anunció el inicio de una etapa de reconstrucción de la Argentina, después de una larga “historia de decadencia y declive”, de “décadas de fracaso” a causa de los políticos.

Afirmó con énfasis: “El gradualismo” (un tema recurrente en los medios y círculos políticos que llaman a la aplicación de medidas graduales y no de golpe o de shock, como han insistido en Argentina) para evitar descalabros, pérdida de empleos y crisis económica. Pero dijo que “el gradualismo sólo es posible con financiamiento” y “no hay plata”.

Es decir, Milei tiene ahora la disyuntiva de aplicar medidas de cambio drástico, brutal, reducir el gasto, despedir empleados de gobierno, eventualmente cancelar programas sociales, o avanzar lentamente. Ahí está el dilema.

La clave para la sobrevivencia económica de su gobierno estará en el regreso a los mercados financieros, a reconstruir –como dijo– la credibilidad internacional de Argentina. En una palabra, crédito, financiamiento e inversión internacional. Y esa puede ser una ruta interesante para rescatar a un país con inflación trepidante, crecimiento contraído y moneda devaluada.

Recibió la banda y el bastón en protocolaria ceremonia en el Congreso, al lado del saliente Alberto Fernández y de la hasta el domingo vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Pero el discurso no lo pronunció ahí.

Salió a la calle, a la plaza pública, frente a las escalinatas del Congreso y de cara a la gente. No les voy a mentir, dijo.

Pasado el primer día de su gobierno, no hay todavía ningún anuncio que cimbre al país y a la economía. Pero todo el mundo lo espera de un momento a otro.

Literalmente el péndulo político-económico se fue al extremo contrario en Argentina, y del fallido populismo de izquierda de los Kirchner y su sucesor, el gobierno se traslada a una derecha libertaria, como dice el propio Milei, con en que buscará retirar la presencia del Estado y del gobierno en toda actividad económica.

Impulsará la inversión y el capital privado y se sentará a la mesa con sus dos socios comerciales primarios, aunque sus gobiernos y regímenes le resulten antipáticos: China y Brasil.

Ayer empezó la nueva era argentina, la era de Milei, que promete desmontar un régimen de componendas, corrupción y estancamiento económico.

¿Podrá lograrlo? Está aún por verse. No basta con inflamados discursos y ocurrencias verbales. Hace falta planeación, disciplina, innovación y mucha concertación con sectores a los que perder privilegios les resultará difícil (sindicatos, trabajadores, contratistas).

Pero el experimento para América Latina será de extraordinaria valía. ¿Se puede desmontar un aparato partidista de gobierno que no corrigió la pobreza, la desigualdad ni la corrupción, los pecados mismos de los que los gobiernos anteriores fueron acusados, condenados y expulsados? Está por verse.

Habrá que dejar las ocurrencias y las arengas de la plaza, para construir un gobierno eficiente, profesional, capaz. Asumir los riesgos y el desgaste de no ser monedita de oro y contraer responsabilidades por las decisiones difíciles. Nada sencillo.

Se despidió del balcón central en la Casa Rosada después de la arenga a simpatizantes con el “¡Viva la libertad, carajo!”, pronunciado tres veces.

Ahora a trabajar y a entregar resultados, que los electorados en el mundo se han vuelto cada vez menos pacientes y tolerantes.

¿Y de Cristina y de Alberto Fernández? Pues ya la justicia tendrá que decir si se abren juicios e investigaciones, que motivos hay en abundancia.

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