El Globo

La nueva Cuba

Ni Raúl Castro, con todo su poder y férreo control de las Fuerzas Revolucionarias, logrará contener la inevitable, pronosticada y muy retardada protesta contrarrevolucionaria.

No se quieren ir. No quieren escapar a paraísos americanos que prometen una vida llena de comodidades. Nadie está pensando en Miami, o tal vez algunos, pero son muy pocos.

La mayoría de los jóvenes cubanos que han venido participando en las protestas durante las últimas semanas son algo así como los nietos de la Revolución. La tercera generación nacida después de la heroica gesta de los barbudos de Sierra Maestra.

Se acabó. Fidel es un recuerdo nostálgico, una estampa en los álbumes infantiles de la primaria, donde las fotografías de los héroes Fidel, Raúl y tantos otros cuelgan de las paredes. El último vivo es Raúl, quien ha cedido el poder a Díaz-Canel, hoy acusado de tirano y de dictador. Siempre es más fácil lanzar consignas contra los herederos de las figuras históricas que contra la historia misma.

Ni Raúl, con todo su poder y férreo control de las Fuerzas Revolucionarias, logrará contener esta inevitable, pronosticada y muy retardada protesta contrarrevolucionaria.

Esta vez no hay marieles ni bahías, no hay escapes furtivos ni balsas asesinas. Los jóvenes quieren su país, pero libre y sin restricciones, sin racionamientos, sin la pesada ideología de 60 años que sigue cantando la liberación de una tiranía difícil de comparar, porque la de ahora es más pesada y desgastante que aquella de Batista, de la que hablan los libros.

La mayoría de los que marcharon y gritaron contra un gobierno opresor y tiránico nació después de aquel Maleconazo de 1994, es decir, después de la última expresión pública y masiva de inconformidad.

Son hijos del descontento, algunos dicen que de la amargura. Son nietos de viejos que alaban las historias de la Revolución, las proezas de Fidel y del Che, la lealtad de los revolucionarios, la lucha inquebrantable contra el embargo y el imperio. Pero nada de eso les importa. La pregunta es simple, ¿por qué no podemos vivir mejor, con más libertades, con libre acceso al internet absoluto, al tránsito, a tantas cosas?

Nadie quiere ‘traicionar’ a nadie, ni a la historia ni a los héroes de los murales. Mucho menos a la bandera. Pero quieren vivir en el siglo 21, en un mundo globalizado, interconectado, con libertad de movimiento y de mercancías, un mundo con posibilidades.

La Revolución y sus premisas son tatuajes marcados en el espíritu de la isla, pero la nueva generación quiere ver hacia delante, no hacia el pasado. Nadie pretende desacralizar a Fidel, simplemente quieren seguir el curso de los tiempos y arrancarse ataduras impuestas por casi 60 años.

La respuesta de Díaz-Canel y su gobierno fue ir a hacer un acto simbólico de recreación histórica a San Antonio de los Baños para rendir tributo a la memoria. Rituales carentes de significado para una generación que demanda cambios, apertura, transparencia, posibilidades laborales, económicas y profesionales.

Poco margen tendrá el gobierno frente a estos nuevos cubanos, quienes no temen la desacreditación pública, ni el señalamiento ciudadano de sus mayores. Es irrelevante. Quieren un nuevo país que les permita hacer cosas, pensar diferente, actuar de forma distinta. Quieren una nueva Cuba que los anquilosados funcionarios –con todo y relevo generacional– son incapaces de ofrecer, pensar o imaginar. Fueron programados por el aparato burocrático, son aparátchik como los viejos burócratas soviéticos, carentes de originalidad, inventiva, espíritu de renovación.

Justamente lo que los jóvenes demandan.

Por eso los caminos están cerrados. No hay para dónde voltear. Son trenes en ruta de colisión. La gran pregunta es si al estilo de la antigua Checoslovaquia y la Revolución de Terciopelo a principios de los 90, o de la también desaparecida República Democrática Alemana (RDA), el liderazgo gubernamental cubano tendrá la visión de permitir el cambio, impedir el derramamiento de sangre por defender a un régimen que se derrumba por todos lados, y hacerse a un lado, abrir la puerta a la transformación.

O, por el contrario, fieles a su estirpe y a su tradición, perseguirán, encarcelarán y ejercerán la represión hasta las últimas consecuencias.

Díaz-Canel querrá ser Vaclav Havel, Erick Honecker o Nicolás Cuausescu, quien murió a manos de los nuevos revolucionarios.

Esa historia, está por escribirse.

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