Internacionalista de la Universidad Iberoamericana

Más que España

Para Antonio Gazol Sánchez, In memoriam.

La estela del barco no se podía eliminar entre la espuma salina y el oleaje que marcaba su paso en el Atlántico. Tampoco podía existir un gran murmullo pues tenían que evitar que alguna frecuencia enemiga diera con ellos. Miraban la estela marítima con un clamor que ponía frío el alma: “que no la detecten para que no nos vuelen”. Ya antes habían dado la última marcha por el suelo patrio que los expulsaba y pasaban a Francia que lejos del gesto solidario, la frialdad en los campos de concentración antes de embarcarse a México era un testimonio del terror que más tarde cubriría al Viejo Continente.

Los días en alta mar eran fríos y llenos de miedo por el ser descubiertos por un submarino nazi. Una noche en medio del océano y frente a un silencio sepulcral a unas cuantas millas náuticas detrás del barco que trataba de llegar lo más rápido posible a Veracruz, el eco nocturno provocó una explosión que agitó a todos los mortales. El estallido hizo de la noche una ventana al infierno de bengala. Uno de los cargueros aliados con destino a algún puerto en la Costa Este de Estados Unidos había sido hundido por un submarino alemán. Todos se veían unos a otros con el terror de creer que las horas o quizá minutos estaban contados. El siguiente en hundirse en pedazos serían ellos, pensaban con temor. El Capitán tomó un respiro y siguió adelante sin temer que el almirantazgo nazi diera la orden a su unidad submarina para hundirlos. No cegó y con el poco alimento a bordo y tan sólo con la ropa puesta y quizá dos o tres mínimas pertenencias, los que habían perdido una guerra, buscaban tierra firme para un respiro y para reiniciar de nuevo.

La euforia renació cuando a lo lejos el destello de las luces del Puerto de Veracruz se divisaba. El júbilo era el grito de que la estela náutica sólo dejaría de serlo atracando en puerto seguro. Los pasajeros veían tierra y una nueva oportunidad, era un renacer. Todo se esperaba menos una bulliciosa multitud que los recibía con guirnaldas, arpa y una sonrisa. Uno de los padres de familia con el estómago vacío camino por el primer cuadro del Puerto buscando algo que comer para los suyos, vio un pollo frito y preguntó el precio con timidez. El dueño del establecimiento dijo, no es nada mientras ponía en un plato dulces y otras viandas ¡Bienvenido! Otros viajeros no daban crédito a esos mondongos de frutas tropicales y a la feria de colores del mamey, papaya, guanábanas, mangos, piña y cítricos. Semanas antes la dura salida de la patria y la fría espera en suelo francés apenas podían comer bocado y hoy llegaban al mismo suelo que 421 años atrás también recibió a los hombres herederos de Hispania, los mismos declararon a la Villa Rica de la Veracruz como el primer municipio de América. Esos españoles llegaron a hacer más grande a México. La ciencia, la academia, las artes, la vida empresarial se nutrieron de ese exilio y de esas puertas abiertas que sostuvo el Gral. Cárdenas a pesar de la posición de sectores radicales. Quizá fue la única vez que México apoyó con decisión desde el Estado una auténtica política de asilo.

Las décadas del fascismo español sostenido primero por las potencias del Eje y después por la caricatura de terror del franquismo y un ala de la iglesia católica española, mantuvieron en México la presencia de la República Española en el exilio. La muerte del fascista en 1975 y el papel histórico que jugó el monarca español Juan Carlos de Borbón junto con el Presidente Adolfo Suárez, motivó la reapertura de relaciones diplomáticas que dolorosamente sacrificaba la relación con la república, pero apresuraba una nueva época entre México y España frente a la historia. Ya mucho antes de las convenciones diplomáticas formales y con el regreso democrático a España y después su plena incorporación a la entonces Comunidad Económica Europea, la gratitud ha sido el lazo para que españoles y mexicanos libres venzan prejuicios y reclamos que enfrentan y hacen estéril la convivencia.

Ríos de tinta se han desbordado subrayando los capitales ibéricos en México, incluso superiores a los alemanes o británicos en áreas estratégicas como la energética o turística. Se ha criticado el sentir de algunos españoles que creen que la armadura y la lanza de ayer, hoy es poder corruptor o desenfrenado anhelo de buscar más réditos sin importar escrúpulos. La riqueza de todas las naciones es la multitud de sentires y expresiones. Si hay agravios legales que la ley se aplique en su deber universal, pero que no se busque estereotipar a la generalidad.

La vuelta del revisionismo histórico desde el poder es más peligrosa de lo que muchos creen. Buscar una disculpa por la conquista cuando ni España ni México existían como Estados, refleja una debilidad de conocimiento enorme, pero también y mucho más allá del “parto doloroso de México” como fecundo mestizaje entre españoles e indígenas, demuestra algo que se creía olvidado en el recorrer del presente siglo: utilizar el sentido de patriotismo como reflector para desviar la atención a problemas serios que ponen en entredicho la acción del Estado mexicano que va más allá de un gobierno temporal.

México, el mayor país hispanoparlante del mundo, es heredero de la riqueza del idioma de Cervantes y hablar castellano es una riqueza, pero también invaluable diferenciación de un “nosotros” frente al vecino del Norte. El dilema de la avalancha del pasado entre mexicanos y españoles lo resolvieron con inteligencia y respeto los gobiernos de ambos países cuando acordaron que la primera Cumbre Iberoamericana en Guadalajara en 1991 se reconociera el encuentro de dos mundos. López Velarde en Suave Patria lo delineaba en verso: “castellana y morisca, rayada de azteca”. Reconozcamos nuestras luces mexicanos y españoles que por las aportaciones mutuas tenemos una solvencia mayor que la de la oratoria ardiente de unos y otros. Cómo los españoles que en el siglo pasado vieron las luces Veracruz con la esperanza de un nuevo porvenir, alcancemos a ver las luces que ambas patrias tienen para beneficio de sus ciudadanos libres, no del rencor que trauma y ciega, segrega y confronta. Por fortuna muchísimos ciudadanos españoles y mexicanos dan prueba cotidiana de una fecunda relación que rebasa la bravata del Palacio o la burla hiriente de los que desde los extremos anulan el entendimiento y el juego democrático.

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