Internacionalista de la Universidad Iberoamericana

¿Por qué marcho?

Marcho porque las reformas político-electorales de casi medio siglo, para tener mayor transparencia e imparcialidad, no pueden ser disueltas ante la primera línea de la democracia que es la electoral.

Porque tomar las calles en paso pacífico con la mirada de frente es ejercer ciudadanía frente al secuestro de las estructuras de la democracia representativa. Porque marchar es un homenaje a los que ya no están con nosotros en presencia física, pero sí en el espíritu y tesón de lucha que dejaron para tener un mejor país. Porque no puedo ser testigo de que el horror sea costumbre, coloquial indiferencia en la macabra danza de muertos que a diario aparecen en la geografía nacional. Porque la primera revolución social del siglo XX fue la nuestra que entre la nube de pólvora y la intestina lucha por el poder dejó un millón de muertos. Marcho contra la incompetencia gubernamental que dejó una estela de muertos en la pandemia y marcho contra las complicidades entre el poder político y la boca del lobo que han costado juntas otro millón de caídos, sin revuelta, pero en la democracia de las alternancias partidarias en la silla presidencial y en el largo paréntesis de gobiernos divididos.

Quedarse callado ante el secuestro de equiparar el pueblo como propiedad del hombre del Palacio es peor que una regresión autoritaria. Marcho porque la pluralidad es el sostén genuino de una nación vibrante que no puede quedarse callada permitiendo que el surco de la historia rompa el ‘todos’. Marcho porque quedarse callado ante la diatriba y la supuesta ignorancia desde el vértice mañanero del poder es consentir el regreso del caudillo, retraso centenario y superado para ser un país de instituciones. Marcho para desterrar la opción armada política y para insistir en la vocación política como enseñó Weber, en un incesante volver a comenzar de nuevo. Marcho porque en la democracia no existen derrotas eternas ni victorias perpetuas. Marcho contra reeditar el ‘México bronco’ con el riesgo de prender el mechero con el combustible del crimen organizado y el narcotráfico, laberinto con difícil salida.

Marcho contra el discurso vacío de inclusión cuando en realidad se privilegia la dinastía sin mérito ni propuesta para seguir confundiendo institutos políticos con franquicias. Marcho contra los partidos políticos que no han entendido que su actividad es cotidiana para repensar al país, proponer soluciones reales a los desafíos que nos acechan, debatir programas de gobierno, crear el país a largo plazo y no solamente ser máquinas electorales que una vez pasada la elección se ponen a hibernar en la sombra. Marcho contra los que creen que reeditar corporativismos y clientelismos políticos es la salida pragmática para ganar votos cuando en realidad abandonan al ciudadano creando súbditos. Seguir con la zanahoria en el voto frente a la pobreza y desigualdad social es acentuarlas y es un acto de cobardía política.

Marcho porque las reformas político-electorales de casi medio siglo, votadas por los partidos y con apoyo de grandes sectores de la sociedad para tener mayor transparencia e imparcialidad, no pueden ser disueltas ante la primera línea de la democracia que es la electoral.

Marcho para exigir la proeza para crear un nuevo sistema de partidos condición para cumplir con la agenda postergada desde el 2000 para edificar otro régimen político. Seguir en la sombra endeble del presidencialismo de todo o nada es el camino de la exclusión y de nuestra incapacidad para tener un mirador y una ruta de Estado, no del color perecedero de quien gana la presidencia de la República y que mañana puede regresar a ser oposición e incluso a la intrascendencia y el recuerdo atropellado. Marcho por mejores partidos políticos y no por eliminarlos como receta de inocencia política que exhibe el desconocimiento por el poder y la democracia.

Marcho contra los que en aras de una austeridad republicana confunden el legado del prócer con destruir la admiración pública que debiera ser de Estado y no agencia de colocaciones para los amigos, cómplices y leales, pero sin virtud por la cosa pública. Marcho para exigir que el andamiaje institucional es para resolver problemas y no para complicar la existencia. Marcho para que el Estado democrático privilegie a la política como instrumento del bien colectivo, de la cohabitación, del debate que construya certezas y permita dilucidar el paisaje y no sólo ver la rama del árbol. Marcho para que no haya una ordinaria élite en el poder sino una clase dirigente que muestre rumbo de un todos más allá del próximo sexenio, de la próxima Legislatura, del próximo escándalo nacional que estará sólo unos días en la palestra porque vendrán otros más casi sincronizados. Marcho para que la legitimidad de todo gobierno emane del voto, pero también de saber gobernar y crear mejores condiciones para el desarrollo sostenible.

Marcho para entender que somos el torrente de una agitada e intensa historia y no buscamos aparecer por decreto voluntarista en sus libros. Marcho para que en plural nos acerquemos a hacer una épica que edifica porvenir y certeza para el futuro. Los hombres y mujeres que tienen su lugar en la historia lo fueron porque supieron actuar en un momento decisivo, no por el narcisismo y un canto egoísta de sí mismos.

Marcho porque no se siga ‘desnaturalizando’ a nuestras Fuerzas Armadas con funciones que la Constitución nunca les brindó. Marcho porque la democracia es el mando del poder civil y porque no puede rendirse ante las peores criaturas que minan la gobernabilidad democrática y la convivencia social. Marcho porque no podemos seguir creyendo que México es una isla que navega en soledad en un mundo convulso, en redefinición, con luces y sombras. Nuestra posición geográfica, herencia diplomática, fortaleza económica, defensa del quehacer del Estado mexicano debe impulsar un nuevo camino de dilucidar a México en el mundo. Marcho para apelar que si somos fuertes en nuestra democracia menos vulnerables estaremos ante los intentos de una supuesta regeneración impuesta desde el exterior, como advirtió en su ensayo ‘La Crisis de México’, Don Daniel Cosío Villegas en 1947.

Marcho contra la polarización que cercena a todos para segregar y despreciar. Marcho contra los que ponen minas a la pluralidad y la libertad en el ejercicio de la crítica que construye, baluarte de la democracia. Marcho contra el mandatario que descalifica diciendo que somos traidores a la patria a los millones que no pensamos como él. Marcho contra la concepción de seguir haciendo política desde la antipolítica y su uniforme invisible de ‘independiente’. Marcho contra la pusilanimidad que es fango y la proclama desde el anonimato que es peor que el miedo. Marcho como la utopía que sólo puede acercar un nuevo porvenir en cada paso. Marcho para que el mérito, la propuesta y la lealtad republicana prevalezcan sobre la metástasis de la impunidad. Marcho para que seamos una democracia de ciudadanos y no de algoritmos que ciegan o buscan que seamos autómatas. Marcho para señalar lo que parece obviedad, pero es anhelo, la democracia es más que un voto y la hacen a diario los demócratas, no los autócratas.

COLUMNAS ANTERIORES

Paro de mujeres (8M)
¿Y los legisladores suplentes?

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.