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El Azteca: más de lo mismo

Juan Ignacio Zavala escribe que todo era previsible en el cierre de AMLO: los centenares de acarreados en camiones, la estrella de la televisión, los aplausos...

Pisaron el Azteca, entraron a su zona VIP. Ya se vieron. Ya sintieron el poder de estar cerca del escenario del poderoso y ver a la masa amorfa arremolinarse y lanzar vítores en la tribuna. Se tomaban selfies, subían fotos a la red. Estaban en "EL LUGAR": el cierre de campaña de AMLO.

Para los que esperan un cambio radical, una "transformación", como dice su líder, el evento del cierre fue más bien una confirmación de que es un hombre del sistema y que su equipo es el resultado de la cosecha de filopriistas, panistas, priistas, perredistas, y demás fauna que ha vivido de alguna u otra manera de la clase política. De ahí la falta de imaginación, el lugar común en el cierre de campaña. López Obrador, el hombre que anuncia la revolución, la cuarta transformación del país, el Moisés que abrirá el mar Rojo de la vida política nacional para atravesarlo con su pureza, su mirada diáfana y su manto protector, a ese López Obrador le hicieron el mismo evento de cierre que tuvieron Enrique Peña y Felipe Calderón.

Todo era previsible en el cierre de AMLO: los centenares de acarreados en camiones, la estrella de la televisión, los aplausos, las canciones, las tortas, las banderas, la música bailable y la fanaticada sintiéndose en el cielo, como con Peña y Calderón. ¿Un candidato que lleva más de veinte puntos de ventaja necesita gastar decena de millones de pesos en un evento de esa naturaleza? Si Peña se gastó 22 millones de pesos en su evento hace seis años ¿cuánto costó ahora el del rey de la austeridad?

Lo que sucedió en el Azteca no es más que la revelación de que, por lo menos hasta ahorita, son lo mismo. No pueden traer un cambio de gran magnitud quienes actúan igual que los demás. Las mismas formas, las mismas actitudes. Ahí estaba la botarga grotesca que es Layda Sansores contonéandose con su corrupción, claro separada de las gradas por una cinta de seguridad; ahí estaban todos, los acusados de delitos, los vividores del PRI y del PRD, los panistas arrepentidos, ahora todos reunidos en torno a la palabra del Señor. Lo mismo Nestora que Bartlett, quienes seguramente platicaron animadamente sobre la comisión de delitos; Mireles el que defiende a los narcos que la hija de Harp. Es una pena que haya muerto Díaz Ordaz, le hubiera encantado asistir.

Ahí estaban con su gafete de acceso a la zona VIP, los candidatos, los cercanos, los que han recibido el favor. Como si se tratara de un evento wannabe, en el que sólo algunos tienen acceso a los mejores lugares. Quienes estaban abajo lo sabían, se sentían soñados. Afuera del estadio, Mario Arraigada, seguidor del prócer y hombre de academia tuiteaba a Martí Batres: "Pero ya en lo importante, manda decir la banda afuera del #AMLOfest que está furiosa, tiene boleto, van a cuidar casillas, que no sean elitistas y dejen entrar #DiNoAlVIP #MejorEnLaPlaza". Esa especie de hombre de Neanderthal que es Fernández Noroña obnubilado por sus reflejos primarios ya culpaba al estadio en un tuit: "¿Hay sabotaje de parte del estadio Azteca? Mucha gente afuera y no nos dejan entrar". Después departiría feliz en la zona exclusiva.

Ya se vieron. Ya llegaron. Ya hacen lo mismo que los demás. Bailan al son de las canciones de las estrellas, derrochan millones en eventos frívolos, difunden fotos de su líder como si fuera un rockstar, ya se sumaron en su cierre a los demás, ya borraron la línea que ellos mismos pusieron como diferencia. Ya tienen su zona y su gente VIP. Es la chairiza feliz.

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