Autonomía Relativa

Andrés Manuel, el 'reality'

A quienes gustan de los grandes discursos, de los argumentos, de la polémica interesante, pueden esperar sentados. En el mundo de la imagen, López Obrador se mueve con soltura.

¡Ya es abueloooo, ya es abueloooo! ¡El niño nació en Houstooooon!

¡Se le ponchó la llantaaaaaaa! ¡Como a tooooodoooos se le ponchó la llantaaaaa!

¡Ya van a partir el pasteeeeel! ¡Es el cumple de la esposaaaaaaa!

¡Dijo que no va a subir la gasolinaaaaaaaa!

¡Canceló el aeropuertooooooo!

¡Está comiendo barbacoaaaaaaa! ¡Con su hijo está comiendo barbacoaaaaaa!

¡Se está peleandoooooo! ¡Les dijo que a periodistas que les quitó el bozaaaaaal!

¡Le pidieron chayo en la teleeeeee! ¡Le piden que los corrompaaaaaa!

Es la vida de Andrés Manuel López Obrador en vivo. Es lo que vemos todos los días, de lo que nos enteramos todos sobre sus actividades en el momento o pasado un instante. Todo lo vemos y él todo lo expone. En la época en la que todo es visual, en que la privacidad parece haber desaparecido, él abre las ventanas de su casa. Asómense, el que nada oculta, nada teme. Bienvenidos a la vida del Presidente. Si antes hacían programas de "un día en la vida del Presidente", ahora se hace todos los días.

Luis Espino, agudo observador de la comunicación política, lo dice con claridad: "Pasamos de la telenovela peñanietista al reality show obradorista. El Presidente gobierna en vivo, decide en vivo, comunica en vivo, distrae en vivo. Su menú, sus viajes, sus limitaciones, sus buenas intenciones, sus contratiempos...". Y, en efecto, el espectáculo lopezobradorista alimenta la esperanza de los que votaron por él. En esas imágenes, que sus malquerientes –me incluyo– despreciamos y vemos como evidencia de torpeza, de falta de visión y de poco entendimiento de la realidad, radica el éxito de su liderazgo.

Cada día vemos algún evento, por lo menos la mañanera, en la que el Presidente se muestra tal cual es. Con todos sus defectos y aciertos. Que habla lento, se traba, no conoce de los problemas técnicos, no le gusta la complejidad, todo lo simplifica. Y miente, porque el Presidente miente y quizá de tanto hablar no se da cuenta. Pero digámoslo claramente: esas mentiras no le afectan en lo más mínimo. Son cuentos, retórica que la gente no toma en cuenta ante el alud de imágenes de la vida del Presidente, a la cual tiene permiso de entrar para ver al hombre bueno y sencillo que quiere al pueblo.

Para muchos –me incluyo–, López Obrador es un personaje del pasado, alguien que piensa en blanco y negro, que mantiene la vista en el mundo de hace décadas y que piensa que todo pasado remoto siempre fue mejor. Sin embargo, en términos de comunicación, pocos tan modernos en el mundo como lo es él. En la era del video, bombardea con videos; en la época de la omnipresiencia, aparece todos los días: ahora en la oficina, ahora en el aeropuerto, ahora en la camioneta y con gente, siempre rodeado de gente o comiendo antojitos en gran variedad. En esas imágenes, López Obrador les recuerda a sus votantes que sigue siendo la misma persona por la que votaron. No es poca cosa.

A quienes gustan de los grandes discursos, de los argumentos, de la polémica interesante, pueden esperar sentados. En el mundo de la imagen, López Obrador se mueve con soltura. Digo, por si se vuelven a preguntar por qué es tan popular.

COLUMNAS ANTERIORES

Política y vida personal
Campañas: política y guerra

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.