Autonomía Relativa

AMLO y sus mayorías

Sin embargo, algo ha pasado al interior de Morena que las cosas no funcionan como se pensaba. En el Senado, las cosas se han salido de control, comenta Juan Ignacio Zavala.

Desde la segunda parte del sexenio de Ernesto Zedillo se mencionaba la bondad de los gobiernos divididos. Que el gobierno careciera de mayoría, fortalecía a la oposición, obligaba a negociar a todas las partes y, aunque en muchas ocasiones generaba parálisis, lo cierto es que también se lograban avances. Claro, con eso llegó el lado perverso de la negociación: la corrupción, la venta del voto de los opositores, la falsa discusión y la prevalencia de los intereses de ciertos grupos (políticos o empresariales). Durante más de tres sexenios la negociación fue la norma (de la que no participaban los cercanos a López Obrador por temor a contaminarse y por colocarse siempre de lado de la satanización de la negociación política a la que siempre han considerado perversa). Los presidentes sufrían. Sus proyectos no salían o no salían como ellos deseaban. Los partidos del gobierno tenían que subirse inevitablemente a las agendas opositoras para lograr resultados. Esta situación trasladó una buena parte del poder a la oposición. Los líderes opositores en el Legislativo tenían más poder que cualquier secretario y eran la bisagra que abría o cerraba lo proyectos presidenciales. Así, la reforma energética que el PAN le negó a Zedillo –y que luego quisieron Fox y Calderón– se pudo concretar hasta que llegó Peña Nieto.

Sí, por supuesto, esos años de negociación cobraron factura en los partidos opositores. En lugar de volverse hábiles y duros negociadores, se convirtieron en vulgares mercachifles, simples coyotes que tramitaban presupuestos para llevarse un "moche", poner una constructora y quedarse con el dinero. Eso vino aparejado de la llegada de una clase política de bajísimo nivel que llegó al máximo nivel de las estructuras partidistas. El resultado está a la vista: los votantes mandaron al sótano a esos partidos (PAN, PRI y PRD) y premió a quien obcecadamente denunció las trapacerías disfrazadas de negociación.

AMLO llegó con una mayoría cómoda en el Senado, envidiable para cualquier presidente. En la Cámara de Diputados superaban el 30% y una negociación cuestionable con otros partidos terminó por darles más del 50% de las curules. Todo era felicidad para Morena y el Presidente. No tendrían problemas de ninguna índole en las cámaras y la oposición quedaba reducida a una expresión casi testimonial. Es conocido que el Presidente detesta al Legislativo, así que el desprecio que siente por la oposición lo ha transferido también a sus propias bancadas: no le importan y no piensa gobernar con ellos.

Sin embargo, algo ha pasado al interior de Morena que las cosas no funcionan como se pensaba. En el Senado, las cosas se han salido de control. La imagen del grupo morenista es la de una banda de trogloditas. La majadería y el insulto son la norma de conducta de quienes componen esa bancada. Sus líderes mandan a las mujeres a pelearse a empujones en la tribuna y aplauden alegremente el espectáculo. Una oposición pequeña y desordenada les echó a perder uno de los nombramientos más importantes que tenían y la fracción morenista fue exhibida como priista, fraudulenta, cínica y violenta.

En el lado de los diputados, el coordinador morenista, Mario Delgado, ha sufrido para sacar un presupuesto. Por primera vez en décadas, el presupuesto no sale en la fecha que establece la ley y eso que tienen mayoría. La molestia al interior de los grupos de Morena es evidente y se están traduciendo en descontrol para el Presidente –que tuvo una reunión con legisladores de su partido y deslizó la sospecha de que eran corruptos sus propios diputados– y para sus propios coordinadores que hasta hace poco se placeaban con la sonrisa congelada.

Al parecer, las cosas funcionaban mejor sin mayoría.

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