Las mujeres están cambiando al mundo. Eso es innegable. Por más que algunos hombres se resistan a ese cambio, es un hecho que, poco a poco, han ido derribando barreras, muros en todos lados. No es gratuito que México vaya a tener una presidenta como resultado de las elecciones del año que entra; no es extraño que la contienda electoral vaya a ser entre mujeres. El feminismo, la lucha de las mujeres, es algo que llegó para quedarse, porque es tanto lo que quieren y deben cambiar que no será de un día para otro. No importa si tal o cual país se asume como moderno y desarrollado, las mujeres tienen cosas que cambiar en ese lugar. Las nuevas generaciones están formadas de manera muy distinta en lo que tiene que ver con el movimiento de mujeres.
Lo sucedido en España con la selección de futbol femenil, que se acaba de coronar como campeona del mundo, ha dado la vuelta el mundo como un escándalo de tales proporciones que, según expertos en aquellas tierras, ha afectado la imagen de España como país. Los desplantes machistas, vulgares y misóginos del presidente de la federación de futbol española han sido condenados internacionalmente. Algo quedará de bueno para esas campeonas que, de la mano de su triunfo y del escándalo que han querido empañarlo, seguramente obtendrán mejores ingresos y condiciones para desarrollarse profesionalmente en ese deporte. En la enorme cantidad de condenas que ha recibido el señor Rubiales en el mundo también se han generado reflexiones interesantes. Alguien comentaba que cuando se hablaba de futbol femenil, no sólo se hablaba de futbol, sino de exclusión, de injusticia, de marginación, de machismo, de igualdad. Y es cierto. Todo alrededor de la mujer trae su causa.
Comento lo anterior porque tipos como Rubiales hay en todos lados. Porque, en todas partes, las batallas que tienen que dar las mujeres abarcan desde que son niñas. Tengo una hija de ocho años. Su pasión es el futbol. En su escuela no hay equipo femenil hasta la secundaria. Por su edad, todavía es compatible que juegue con los niños, cosa que hace. Es la única niña en el equipo de su escuela y, muchas veces, cuando juega contra otras escuelas, es la única niña en los dos equipos. Ella es feliz jugando con sus amigos, que la quieren y respetan como niña y como jugadora. Todos hemos aprendido de esa convivencia entre los chiquillos que juegan su pasión.
Hay un torneo que se llama Copa Timón. Se lleva a cabo en la Universidad Anáhuac y es patrocinado por CI Banco. Mi hija, junto con varios de sus amigos, formó un equipo; los papás se organizaron para conseguir un entrenador y un lugar para entrenar. Se llenaron los formatos de inscripción y se pagó la cuota respectiva. Cuál fue la sorpresa de la mamá que llevó a cabo los trámites cuando le avisaron que nuestra hija no podía jugar “porque era niña”, que se metiera a una liga femenil. Todos los papás del equipo estamos sorprendidos e indignados. Nosotros, porque no le podemos decir a nuestra hija que “ser niña” es motivo de exclusión en un deporte; los papás de los niños, porque no quieren que sus hijos se conviertan en unos machitos que no sepan tratar al género femenino. Tienen ocho años, pero hay quienes creen que es una buena edad para poner en práctica mecanismos de exclusión y marginación. Haremos el reclamo correspondiente. Ignoro si la universidad sabe esto o si CI Banco está al tanto de que patrocina un torneo donde “ser niña” es causa para impedir jugar futbol infantil, pero es importante que señalemos cosas que no deben pasar en un país como el nuestro. Sabemos que nuestra hija seguirá jugando y encontrará el apoyo de sus amigos y de su escuela, pero sabrá demasiado pronto que ser mujer implica dar una batalla permanente.