“Es que no hay oposición”, se suele leer en ciertos artículos y escuchar en mesas de análisis. Una aseveración que no deja de sorprender después de llenar Reforma, el Zócalo y decenas de plazas en el país en el trascurso de unos cuantos meses. Por supuesto que eso no fue obra de los partidos, sino de diversas organizaciones, que, a pesar de las directivas partidistas, han sabido encausar el enojo que este gobierno genera, particularmente entre las clases medias. Los ciudadanos en las calles marchando y protestando contra el gobierno: esa es oposición, ¿no les parece? Pero también, incluso en términos partidistas, sería injusto no reconocer el trabajo de los legisladores de la oposición que, a su manera y dentro de sus posibilidades, se han desgañitado en sus recintos contra la aplanadora oficialista. No ha sido fácil para ell@s esa batalla contra la imposición más burda en décadas.
Que no hay líderes en las cúpulas de los partidos que puedan encabezar una batalla frontal contra el régimen autoritario de López Obrador es una cosa, pero reducir la expresión a esos liderazgos es un error. Por supuesto que no vende mucho estar del lado perdedor. Por eso los análisis suelen ser así de simples: “Muy mal AMLO con su antidemocracia y su autoritarismo, pero por el otro lado no hay nada que festejar, no tiene argumentos, no tiene una postura creíble, no tiene líderes ni personajes”. Así llevan con el sonsonete cuatro años. Y sí, los partidos están mal, pero hay ciudadanos que no se dejan y que dan la batalla, y analistas que se comprometen, y opinadores que toman causa. Y eso vale la pena. Hacer oposición vale la pena.
Claro, no siempre es sencillo. Hay que armarse de valor y hay que salir a decir lo que se piensa y lo que se defiende, aguantar las críticas de los timoratos de siempre, escudados tras un artículo de opinión, o la moda progre que evita las definiciones. Uno de estos hijos del agua tibia es Jorge Volpi. Reconocido literato, el señor Volpi es una de las expresiones políticas más ramplonas de nuestra comentocracia. Esforzado en demostrar por qué él siempre tiene la razón y los demás son muy tontos, siempre dispuesto a esconderse en una gigantesca palabrería en lo que a responsabilidad pública sobre sus opiniones políticas se refiere. El señor votó alegremente por López Obrador, al igual que millones de mexicanos. No soy de los que piensa que hay que reclamarle el voto a nadie. Los ciudadanos no son responsables de lo que haga el votado. Eso aplica para AMLO y para cualquiera. Pero, para quien tiene una tribuna, la exigencia puede y debe ser mayor. A Volpi le molesta que le reclamen el voto que dio a AMLO, que le den trato de idiota útil y decidió entonces culpar a los opositores de AMLO. Son sus “facilitadores”, por su culpa ganó, por su culpa está donde está. Debe sentirse profundamente engañado don Jorge, solamente así se entiende que escriba tal despropósito tan soberbio como hipócrita.
La oposición existe a pesar de los ‘Volpis’ que llaman al desencanto y a la impotencia, al “nada que hacer”. La oposición se construye y trae derrotas una y otra vez, pero es parte de su papel: la resistencia. La oposición hay que buscarla donde está y, ciertamente, no estará en los progres desencantados de su ilusión de izquierda social. En esta época de definiciones podemos ver discursos como el de Lilly Téllez, que llama a definirse frente al autoritarismo y abanderar causas concretas: “No debemos caer en la trampa de los que nos quieren agazapados; por querer quedar bien con una élite progresista que ni siquiera conoce al país, aceptar el fetiche de que todo lo que proviene de la izquierda es virtuoso y que el pensamiento de derecha es algo de que avergonzarse. Como si la experiencia no mostrara lo contrario”. Son definiciones ante lo que viene, que no será sencillo. Claridades para que no haya decepcionados. Porque, para hacer una oposición fuerte ante los autoritarios, se necesitan más ‘Lillys’ y menos ‘Volpis’.