Hace poco más de un cuarto de siglo, en 1999, el escritor Enrique Serna publicó un libro al que dio por título El seductor de la Patria. Se trata de una obra del género de novela histórica, en la cual da cuenta de la biografía del general Antonio López de Santa Anna. El libro brinda una valiosa lección.
De entrada, el autor advierte que con esta novela “no intento –dice-- compendiar todo lo que se sabe sobre Santa Anna, ni mucho menos decir la última palabra sobre su vida, sino reinventarlo como personaje de ficción y explorar su mundo sobre bases reales”.
Como antecedente de su libro, Serna informa que éste tuvo su origen en una invitación que se le hizo a escribir una telenovela sobre la época de Santa Anna, proyecto que no prosperó. Sin embargo, como el tema le apasionó, siguió estudiándolo por su cuenta “con miras a escribir –-aclara-– una novela histórica sin las ataduras de los géneros comerciales”.
Por lo que hace al título de su libro, El seductor de la Patria, como ya se dijo, el autor explica que cuando empezaba a darle cuerpo a la obra en su imaginación, Enrique Krauze publicó su conocido libro Siglo de caudillos, donde llama a Santa Anna “El seductor de la Patria”, reformulando una idea de Justo Sierra. “Me pareció --dice Serna-- que la frase definía con acierto el perfil psicológico del personaje y la adopté como título, con la generosa autorización de Krauze”.
Históricamente, Antonio López de Santa Anna fue, más para mal que para bien, un personaje que durante más de cuatro décadas ejerció una notable influencia en la vida pública de nuestro país durante el siglo antepasado, justo después de que México inició su vida independiente.
Llama la atención que en seis distintas ocasiones, entre 1833 y 1855, ese personaje, el villano favorito de la historia oficial como también alguien ha dicho, fue elegido o llamado --a veces hasta con súplicas– a ocupar la Presidencia de la República.
En alguna de esas ocasiones, como sucedió en 1841, fue nombrado con el carácter de presidente provisional por una junta de notables; otra lo fue como producto de un alzamiento federalista y alguna más como resultado de una sublevación centralista. También se le fue a suplicar al extranjero, hasta Turbaco, Colombia, donde se encontraba exiliado, viniera a hacerse cargo de los destinos nacionales. Asimismo, en unos comicios, por supuesto amañados, se le eligió como presidente vitalicio.
A pesar de ser un redomado truhán, un mentiroso compulsivo, un embustero astuto, un cínico de campeonato, un ambicioso sin límites, y sinvergüenza descarado, entre otros elementos de su perfil que lo caracterizaron, algo debió haber tenido Santa Anna que durante tantos años sedujo a los mexicanos del siglo XIX.
De una u otra forma, hasta la fecha no nos hemos liberado de este tipo de seducciones. Si dentro de un siglo algún autor se diera a la tarea de escribir una novela histórica similar a la de Enrique Serna, pero referida a las primeras tres décadas del siglo XXI, ningún problema tendría ese escritor en encontrar un personaje parecido, tan igual que hasta lleva el mismo primer apellido de López de Santa Anna.
Tan similar, que ahora ese nuevo caudillo, autoexiliado, no en Turbaco, Colombia, sino en otro lugar ubicado en Chiapas de nombre más sonoro, amenaza con regresar si en su particular criterio la patria llegare a estar “en peligro”. Hasta en esto la Historia suele repetirse, cuando las lecciones que da no se aprenden.