Jose Felipe Coria

La saga del futuro adolescente

A la abultada lista de films que hablan de un futuro decepcionante, como contraparte de cualquier idea utópica, se suman año con año diversidad de títulos que imaginan un apocalipsis fascistoide cada vez más agobiado por una angst adolescente a la que resulta casi imposible encontrar felicidad o tranquilidad o al menos certeza de una mínima satisfacción existencial.

La incapacidad para madurar o para asumir responsabilidades más allá de las románticas, es tema recurrente del cine de la distopía, que insiste en el tema de la adolescencia como clímax y fin de la vida. Por lo que el peso de una tensión constante recae sobre personajes que deben sobrevivir una ordalía que es su razón de ser en algo tan intangible como el destino.

Dos series destacan en su representación de la distopía como razón vital del adolescente post-milenarista: Los juegos del hambre y Divergente. Mucho muy parecidas, ambas provienen de una trilogía paraliteraria que se transforma en tetralogía fílmica; son la exacta representación del mundo distópico donde se sobrevive con ciertas habilidades. La principal es la capacidad para ejercitar la violencia con lujo de detalle, ya sea por medio de un concurso de sobrevivencia que implica asesinar a los adversarios; ya por medio del descubrimiento de capacidades intuitivas y emocionales que revelan a entes complejos, los que sin necesidad de una curiosidad intelectual, sobreviven en medio de un mundo poblado de violencia. Aunque a la larga existe un mínimo arrepentimiento.

El asunto esencial de un film como Insurgente (2015, Robert Schwentke), segunda entrega de la serie Divergente (2014, Neil Burger), consiste en retomar el conflicto de Tris (Shailene Woodley), quien debe asumir una abundancia de responsabilidades mayúsculas, las que sobrelleva como líder de una revuelta innominada que a la larga le trae tensiones emocionales que intenta resolver intuitivamente. Al parecer en el futuro ya no existe el raciocinio sino tan sólo la habilidad innata con la que se divide a las personas: Cordialidad, Verdad, Abnegación, Erudición y Osadía.

Los divergentes de la serie son aquellos que pueden desarrollarse en más de dos habilidades, lo que los hace peligrosos o, mejor aún, seres humanos completos. En apariencia. El tema fascista de someterse a la voluntad unipersonal de la lideresa Jeanine (Kate Winslet), tiene como contraparte la anarquía también fascista de una turba de adolescentes con eterno look apenitas post-púber cuya motivación esencial es actuar por instinto ante la provocación de una sociedad que los margina y convierte en traidores de toda laya. También en eficaces máquinas de matar que, definitivamente, sin ningún prurito pueden reventarle la cabeza a sus enemigos.

Bajo la pátina de un film cienciaficcional, Schwentke construye esta nueva distopía Insurgente, basada en las novelas de Verónica Roth, como si fuera un film sobre un campamento de verano donde cada personaje juega su papel motivado por el ambiente de opresión constante. Asimismo, debido a la ausencia de un dios que represente a las añoradas figuras paternas siempre aludidas al interior del relato, se recrean representaciones extremas de lo maternal, el Poder, la justicia y demás. Tal es el caso de Evelyn (Naomi Watts), madre de Cuatro (Theo James), quien se sugiere será la próxima gobernante en un mundo distópico donde el recelo hacia los adultos crece conforme la descomposición se multiplica entre los más jóvenes.

Schwentke muestra ese mundo distópico desde sus más profundas aristas, pero sin profundizar en ninguna que no sea el eterno enfrentamiento de intuiciones entre Tris y Jeanine, buscando como siempre -al igual que en toda película que inaugura y agota en su pietaje el apocalipsis de bolsillo-, tratar de abrir un objeto que se supone trascendental para la evolución de la saga. En la serie Divergente lo que parece clave es una caja con un mensaje, de plano anticlimático, pero que se presenta como profundamente significativo para las partes 3 y 4.
Schwentke, como todos los directores de estas sagas sin duda sujetas a un control corporativo para evitar improvisaciones o transformar el contenido y su esencia, básicamente maneja primeros planos y su mínima expresividad para darle una densidad a la revuelta de los divergentes. Que justo funciona como un depresivo espectáculo sobre la adolescencia en el futuro donde ya no hay fe en el futuro.

COLUMNAS ANTERIORES

50 años a salto de imágenes
Resurrecciones y animaciones

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.