Jorge Berry

Otra matanza

La cantidad y el acceso irrestricto al comercio de las armas es la única posible explicación de este fenómeno puramente estadounidense.

Por segunda semana consecutiva tengo que referirme a una matanza en Estados Unidos. La semana pasada fue en Búfalo, Nueva York, donde murieron 10 personas, siete de ellas afroamericanos de la tercera edad. El autor: un supremacista blanco.

Ahora, la tragedia ocurrió en un pequeño poblado de Texas, Uvalde, de sólo unos 15 mil habitantes, 90 por ciento de ellos, hispanos. Un joven salvadoreño de 18 años, Salvador Ramos, pudo adquirir, de manera legal, una pistola y un arma automática similar a una AK-47. Son las que disparan cientos de balas por minuto. Hasta lo que se sabe al momento de escribir esto, Ramos tuvo un enfrentamiento con su abuela, a quien le disparó. La señora, de 66 años, se encuentra en estado crítico en un hospital.

Al escuchar los disparos, la policía fue alertada, y se dirigió al domicilio de la abuela. Pero el asesino fue más rápido. Abordó su camioneta y se dirigió a toda velocidad a la escuela primaria Robb. Ahí, descendió del vehículo y se introdujo en el plantel. La policía llegó segundos más tarde, pero no pudo evitar la desgracia. Ramos acribilló a 19 niños de tercero, cuarto y quinto años de primaria, y a dos maestras. Dos policías resultaron con heridas leves, y Ramos murió a manos de la policía.

Ramos estudiaba en la preparatoria local, y trabajaba en un Wendy’s, restaurante de hamburguesas de comida rápida. Era, según su supervisor, un joven tímido que no socializaba con los demás empleados.

A diferencia de lo ocurrido en Búfalo, y aunque las víctimas fueron mayormente niños hispanos, el racismo no parece ser un móvil en este crimen, dado que el propio Ramos era hispano. Descubrir un móvil será complicado.

Lo que tienen en común ambas tragedias es la facilidad inaudita que tienen los estadounidenses para adquirir cualquier arma de fuego. El presidente Joe Biden, en un mensaje a la nación unas horas después del atentado, visiblemente alterado, se preguntó por qué demonios su país permite estos actos. Señaló que estas matanzas no pasan en ninguna otra parte del mundo. Condenó a los fabricantes y comerciantes de armas, pero también a las oscuras fuerzas políticas que siempre se han opuesto a regular el comercio de armas. ¿Hasta cuándo?

Increíblemente, los defensores del comercio de armas ya empezaron a moverse. El gobernador de Texas, Gregg Abbott, condenó severamente lo ocurrido en Uvalde, pero dentro de unos días, y a sólo unos kilómetros de la escuela, se realiza la convención anual de la Asociación Nacional del Rifle, y Abbott, junto con Donald Trump y otros desquiciados, ya confirmaron su asistencia.

Michael Moore, el legendario documentalista estadounidense, quien ha narrado de manera muy emotiva muchas de estas matanzas, afirma que se puede hacer poco para prevenir estas desgracias. La vocación violenta del pueblo estadounidense está a la vista de todos. Defienden la famosa 2ª enmienda de la Constitución como si en ello les fuera la vida. Esa enmienda garantiza el derecho de los ciudadanos a poseer armas, pero fue escrita cuando no se conocían ni las balas. Los fundadores de Estados Unidos estarían horrorizados de ver cómo se ha interpretado esa segunda enmienda.

En Estados Unidos hay más armas que personas. Hay más armas que automóviles. La cantidad y el acceso irrestricto al comercio de las armas es la única posible explicación de este fenómeno puramente estadounidense. Ninguna otra democracia industrializada padece estas matanzas.

Por supuesto que esto, aunque lo vemos a distancia, afecta a México. Uvalde, Texas, está a menos de una hora de la frontera entre Estados Unidos y México. ¿Qué le impide a los cárteles ir a esa, o cualquier otra de las poblaciones cercanas a armarse hasta los dientes? Nada. Absolutamente nada.

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