Jorge Berry

El derecho al voto

El ejercicio del voto y la certeza de que los conteos son justos e imparciales, representan los cimientos de cualquier democracia.

Quienes pensamos que con la derrota electoral de Donald Trump en Estados Unidos, en noviembre de 2020, terminaba la amenaza populista sobre la democracia, nos equivocamos contundentemente. El fanatismo endémico en los seguidores de Trump significa ya el posible derrumbe de la última superpotencia.

La más reciente crisis que enfrenta la democracia estadounidense es el derecho al voto. Los republicanos, cada vez más encerrados en su sectarismo anglosajón, pretenden reducir el derecho al voto de las minorías, de manera que tengan garantía de ganar cualquier proceso electoral. La equidad y la justicia, que se vayan al diablo. Las nuevas disposiciones legales, ya en vigor en estados con amplia mayoría republicana, están rechazando registrar a más de 50 por ciento de las solicitudes ciudadanas, basándose en requisitos que ahora exige la ley, y que son notoriamente discriminatorios. Está pasando en Texas y Georgia, pero varios estados trabajan leyes similares.

La única solución posible para el dilema es que intervengan autoridades federales garantizando el derecho al voto, e invalidando todo el diluvio legislativo actual que pretenden pasar los republicanos. Pero para poder hacer eso, hay que pasar legislación, y eso está complicado.

El gobierno del presidente Joe Biden cambió todas sus prioridades legislativas para poner en primer lugar la defensa del voto. Uno pensaría que, con mayoría en ambas cámaras del Congreso, sería tarea fácil, pero no es así. Las reglas actuales del Senado requieren 60 votos para pasar legislación. Bastaría una mayoría simple para cambiar las reglas, eliminar el famoso filibuster, y pasar la iniciativa con mayoría simple. Pero hay dos senadores. Joe Manchin, de Virginia del Oeste, y Kirsten Sinema, de Arizona, que, argumentando que no quieren contribuir a la polarización, le están haciendo el juego a los republicanos, e impidiendo que se puedan cambiar las reglas del Senado. Acabarán satanizados, pero representan estados con mayoría republicana, y temen la reacción de los votantes si se doblan.

El debate en el Senado empezó el martes, siguió el miércoles, y para cuando usted lea esto, habrán hablado mucho, pero sin llegar a ninguna parte.

Tal vez sería hora de reflexionar. El ejercicio del voto y la certeza de que los conteos son justos e imparciales, representan los cimientos de cualquier democracia. Los republicanos, con sus mítines y sus cambios legislativos, pretenden deslegitimar los procesos electorales. Están nombrando a funcionarios electorales partidarios, de manera que se pueda garantizar su victoria, sin importar si obtuvieron el voto ciudadano.

Es tal el ansia de los trumpianos, que llegaron a falsificar documentos en por lo menos cinco estados, nombrando a electores alternos que votarían por Trump en la Cámara baja. Eso los puede llevar a la cárcel.

Ahora es el turno del Departamento de Justicia de asumir la responsabilidad de enderezar el barco. Si todos estos delitos se quedan impunes, los trumpianos, en particular, y los republicanos, en general, se sentirán invencibles, y con la capacidad de convertir a la democracia más exitosa de la historia, en una república bananera glorificada.

Está en juego la supervivencia del Estado de derecho en Estados Unidos, y si se desvanece allá, imagínese acá. Ojalá me equivoque, pero el oscurantismo está tocando la puerta. Tal vez es nuestro destino.

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