Jorge Berry

La cumbrita

En el desarrollo de la cumbre, AMLO quedó totalmente eclipsado. Su intento por avalar las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua fracasó de forma estrepitosa.

Fue verdaderamente divertido ver cómo el gobierno de México y sus aduladores trataron de maniobrar la información en torno a la VI cumbre de la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) realizada en Ciudad de México el sábado 18 de septiembre. Transformar un ridículo internacional en una reunión exitosa está más allá del talento de los responsables de comunicación del Estado.

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, intentó, de manera un poco descabellada, desbancar a la OEA (Organización de Estados Americanos) como el organismo regional vigente. Para ello, convocó a la reunión, que pretendía encabezar. Pero fue tal su falta de protagonismo, que el comunicado final de la reunión ni siquiera mencionó a la OEA.

Eso fue sólo un detalle. Más preocupante es la escalada de provocaciones hacia Estados Unidos, que comenzó con la visita de Estado del dictador cubano Miguel Díaz-Canel, quien fue invitado hasta como orador a los festejos del aniversario de la Independencia. ¿No sabe el Presidente que nuestra economía depende de manera simbiótica y absoluta de la de Estados Unidos? ¿Cómo puede, por un lado, alabar el grupo de trabajo de alto nivel con los estadounidenses, y por el otro, fraternizar con un dictador, quien sistemáticamente viola los derechos humanos de sus ciudadanos, encarcela periodistas y opositores por igual, y lloriquea todo el tiempo por el mítico ‘bloqueo’?

Ya eso produjo malestar y reacciones de los cubano-americanos, que llevan ya tres generaciones de oponerse a la dictadura cubana; además del gobierno y los legisladores de Estados Unidos. La experiodista y ahora legisladora Ma. Elvira Salazar, con quien alguna vez trabajé en Estados Unidos, subió un video, expresando su malestar por la situación, y criticando severamente al presidente mexicano.

Pero lo que acabó de derrumbar el sueño de apropiarse del liderazgo latinoamericano, así fuera bananero, fue la intempestiva e inesperada llegada de Nicolás Maduro, el presidente venezolano, por quien el FBI ofrece recompensa de 15 millones de dólares. Está acusado de narcotráfico, entre otras linduras.

Llegó el sábado, día del evento.

Marcelo Ebrard, el canciller mexicano, ya había tenido que digerir la cancelación del presidente de Argentina, Alberto Fernández, quien sufrió una aplastante derrota electoral la semana anterior. El canciller argentino, quien había quedado como representante de su país, se enteró de que la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, mejor conocida como la Sansores pampera –quedaron prácticamente idénticas luego de sus respectivas cirugías–, había pedido y conseguido su despido, así que renunció al cargo, y a la cumbre. Pero nuestro canciller tenía otro as bajo la manga.

Ebrard exhibió un video de poco más de tres minutos, donde el presidente chino, Xi Jinping, expresa su solidaridad con el grupo. No sé si Ebrard midió las consecuencias de ese desplante, porque a López Obrador ese tejido fino diplomático le pasa de noche. De toda la cumbre, sospecho que este mensaje de China será lo que más producirá reacciones.

En el desarrollo de la cumbre, AMLO quedó totalmente eclipsado. Su intento por avalar las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua fracasó de forma estrepitosa. Surgieron, eso sí, voces de esperanza. Mario Abdo, presidente de Paraguay, y Luis Lacalle, presidente de Uruguay, fueron firmes en su rechazo a las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua, lo que provocó iracundas respuestas de los dictadores presentes, mientras AMLO, azorado, volteaba de uno lado a otro.

Al día siguiente, la declaración oficial fue: “Pese a las diferencias, la cumbre fue un éxito”.

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