Jorge Berry

La cumbre

Putin hizo un recuento de los temas, y dijo que tienen que platicar más; Biden, más o menos lo mismo. Perestroika o glasnost, ni pensarlo.

Ginebra tiene historia en esto de las cumbres entre los jefes de Estado de Rusia y Estados Unidos. Allí mismo se realizó la primera reunión entre Ronald Reagan y Mikhail Gorbachev. Entonces, claro, no era Rusia, sino la Unión Soviética, pero la Guerra Fría estaba agonizando. Ahora, las circunstancias son distintas.

Vladimir Putin llegó a esta reunión después de cuatro años de gozar del beneplácito y hasta de la protección absoluta del anterior presidente de Estados Unidos. No era una sorpresa, dada la ayuda abierta que ofreció a Donald Trump para sentarlo en la silla presidencial. Joe Biden, por su parte, vino a tratar de darle vuelta a la página, para no dejar dudas acerca del regreso de Estados Unidos a sus posturas tradicionales de política exterior, que incluyen oponerse al autoritarismo.

Putin ha gozado en los últimos años de completa libertad de acción. Invadió Ucrania y acabó quedándose con parte de su territorio. Se convirtió en factor importante en el Medio Oriente, al apoyar y sostener al régimen dictatorial en Siria. Aunque lo niegue, hay amplia evidencia de la intervención personal de Putin en el esfuerzo ruso por influir en las elecciones estadounidenses. Y, más recientemente, ataques cibernéticos contra la infraestructura de Estados Unidos.

Este último tema se ha tornado en vital para la seguridad nacional de Estados Unidos, porque ha expuesto debilidades cibernéticas. El modus operandi es ingenioso. Un hospital, por ejemplo, no tiene grandes y sofisticados candados en sus sistemas de operación. Los hackers intervienen y secuestran las bases de datos, incluyendo recetas, historias clínicas e información de pacientes y tratamientos. Después, hablan al hospital, y piden un rescate para regresar el acceso al mismo. Normalmente, los hackers acaban cobrando el rescate. El blanco más reciente fue el sistema de distribución de energía para un amplio sector del país, y aunque no lo han confirmado, parece que pagaron.

Al investigar estos ataques, quedó al descubierto que se originaron desde direcciones en Rusia. No se comprobó la participación del gobierno ruso en los ataques. Ellos dicen que son actores privados. Pero lo cierto es que hay pocas cosas en Rusia que se consideran ‘privadas’, y todos saben que el gobierno los puede detener.

Este es sólo uno de los temas, pero hay otros igual o más importantes. Por ejemplo, la proliferación de armas nucleares, que incluye el tratado con Irán. Los derechos humanos, donde se encuadra el atentado y encarcelamiento de Alexei Navalny, el líder de la oposición rusa. Los esfuerzos para proteger el medioambiente, que no parece ser una prioridad para Putin. Y, por supuesto, fijar claramente una nueva posición estadounidense respecto a su compromiso con la OTAN, ante el inminente ingreso de Ucrania. Ello podría provocar otra catástrofe en la región.

Al terminar la cumbre, ambos líderes ofrecieron conferencias de prensa por separado. Fue un ejercicio muy distinto a aquella famosa conferencia de prensa conjunta que celebraron Putin y Trump luego de reunirse en medio de abrazos, besos y promesas de fidelidad eterna. Esta cumbre fue otra cosa.

La primera parte, la sustanciosa, sólo duró 90 minutos, pero contando el tiempo que se pierde en traducciones, no fue ni una hora. Ahí, sólo estuvieron Putin, Biden y los secretarios de Exteriores, Sergei Lavrov de Rusia y Antony Blinken de Estados Unidos. Luego se integraron varios miembros de ambos gabinetes para ver detalles, pero lo sustantivo estaba ya discutido. Tan fue así, que la reunión ampliada no llegó ni a una hora. Cumbres tan cortas no prometen nada bueno.

En las fotos y los videos, ambos líderes aparecen serios y sombríos. Se ve que no hay amor perdido entre ambos.

En las conferencias de prensa, tampoco hubo mucha luz. Putin hizo un recuento de los temas y dijo que tienen que platicar más. Biden, más o menos lo mismo. Perestroika o glasnost, ni pensarlo.

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