Parteaguas

M’hijo, usted tiene que ser abogado

Los más talentosos crean ideas como Rappi o Uber Eats y luego contratan el ‘talento’ necesario para llevarlas a buen puerto.

Talento, talento. Las empresas usan ahora esa palabra para referirse a las personas que contratan o quieren contratar.

Hasta el gobierno tiene claro el camino para ese talento. “Las carreras con el mejor futuro”, lleva por nombre una lista de profesiones contenidas en el Observatorio Laboral de la Secretaría del Trabajo.

Ingenierías en agua o en desarrollo sustentable; en producción musical digital, en sistemas digitales y robótica…

¿Cómo le haces para convencer a una chava o un chavo sobre lo divertidas que pueden ser esas carreras, si durante toda su vida en su casa sus papás le pidieron ser abogado?, me cuestiona Gildardo Sánchez, profesor investigador del ITESM, Campus Guadalajara.

Antes fue rector de la Universidad Politécnica de Yucatán, institución gubernamental que no cobra colegiaturas y que ofrece clases solamente en inglés para carreras en análisis de datos o sistemas embebidos.

Si bien tuvo éxito en la absorción de estudiantes, estos empiezan a menguar ahora porque la pandemia desmoraliza a jóvenes que ven lejana la posibilidad de regresar a las aulas.

Luego está el asunto de la influencia familiar. Finalmente, usted está en su derecho de estudiar lo que se le dé la gana para hacer feliz a su familia… aunque eso lo haga infeliz a usted.

Tomemos la profesión de la abogacía como ejemplo. En un país en el que la corrupción no cede, saber de leyes establece para los justos, al menos, una primera línea de defensa y el camino a un escritorio. Para aquellos dueños de escrúpulos distraídos, conocer a detalle la Constitución deriva en franquicia para delinquir y perpetuar el rezago nacional. El que no transa no avanza, pues.

Pero estamos en días en los que uno ya no va por los tacos, sino que los pide por Rappi o por Uber Eats.

Los más talentosos crean ideas como esos servicios de reparto y luego contratan el ‘talento’ necesario para llevarlas a buen puerto. Pero es muy difícil encontrar gente ahora que muchos la necesitan en una era digitalizada.

Conozco el caso de una empresa mexicana que diseña y construye software para empresas estadounidenses. Puede hacerlo para apps novedosas como las de su smartphone, o para operar debidamente una línea de producción de cerveza en la que controlan con detalle cuántas botellas vacías entran y cuántas salen llenas cada minuto.

Esa compañía de software no encuentra gente suficiente en el país para programar ‘código’, ese lenguaje de comunicación con las computadoras que las obliga a hacer lo que los humanos quieren. En México debe aumentar salarios al ritmo de 30 por ciento anual para conseguirlo.

Debió buscar en el extranjero y la encontró en Argentina y otras partes de Latinoamérica.

En el país andino hay gente capacitada cuyo trabajo en este momento resulta además, más económico, debido a devaluaciones infames. En un año, el dólar se disparó 32 por ciento. Como si en México, la moneda estadounidense se fuera a los 27 pesos en 12 meses.

Pero tampoco es que en esa región haya talento para todos. Ya resulta tan difícil de conseguir como los alfajores Cachafaz que inmerecidamente no están disponibles vía Amazon. Sucede que es la tierra de origen de Mercado Libre, que nada más allá, requiere unos 7 mil ‘talentos’.

Sé que Intel contratará a 100 personas con habilidades en tecnología en Guadalajara; que Accenture unas 300 en Mérida y parece que Amazon Web Services busca a otro tanto en la misma ciudad… y eso que no estamos hablando de Monterrey o de la Ciudad de México.

México no es un territorio limitado por sus fronteras, sino más bien producto de una relación mundial en donde el camino más largo se resuelve vía Zoom. Si no hay suficiente en el país, las empresas lo buscarán afuera.

Aquí sí hay algo en lo que cada quien puede poner su grano de arena, para formar al menos, un costal. Vale empezar por encontrar el gusto al inglés y las matemáticas, esas que todos practican cada seis meses para saber si su equipo califica a la ‘liguilla’.

El autor es director general de Proyectos Especiales y Ediciones Regionales de El Financiero.

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