Columnita Pibil

La ciudad del ‘Paisa’

Con la efervescencia de la Ciudad de México que no para, es imprescindible entender cuánto jaló la cobija, al punto de quitársela a los guerrerenses y a otros paisas.

Desde los ochenta, en la calle de Bajío en la Colonia Roma, existen unos tacos que en casa siempre los conocimos como los de “El Paisa”. Ahí, en contraesquina del Colegio Amado Nervo.

No son chilangos, sino michoacanos, y la taquería no se llama El Paisa, sino “La Chiquita”, pero a mi entender, siempre fueron los amos de los tacos de buche bajados con Sangría Señorial.

El Paisa es más bien un genérico que representa la referencia histórica del héroe taquero sin nombre. Provenientes todos de todos lados, este proveedor de placeres siempre es paisano de alguien.

La Ciudad de México es el reino de los inmigrantes nacionales. Eso la convirtió en la mejor ciudad del país para comer, a decir de todo aquél que sepa agarrar un taco, y la más capaz para atraer dinero e inversiones, a decir del IMCO, el Instituto Mexicano para la Competitividad.

Su inherente riqueza de variedades se trasladó a la cocina, de la cocina al restaurante y del restaurante a los negocios.

En la Ciudad de México, si se acaba el trabajo en los centros comerciales, ahí están los bancos; si no hay crecimiento en la manufactura, hay también hospitales en boom. Ahora que el gobierno cada vez paga menos, resulta que está creciendo la disrupción.

Esta semana un treintañero me explicó que apuesta sus ahorros y su vida a encontrar productos hechos por mexicanos que tengan el propósito de quitar el dolor o de sanar, siempre y cuando contengan alta tecnología. Favor de abstenerse productores de “gelatina reductiva” del IPN.

En el otro lado de la historia México carga con Guerrero, en donde los ingresos de las mujeres son todavía 25 por ciento más bajos que los de los hombres y ahí un individuo acusado de violación defiende cínicamente los derechos a un cargo de elección popular para su descendencia.

Es un estado cuya gente enfrenta el dominio de las calles por parte de criminales, con la aparente anuencia de sus políticos y está al fondo del índice de competitividad que elabora la institución que por cuenta propia hace anualmente estudios al respecto, el IMCO.

Pero volviendo al extremo contrario de la tabla, este país cuenta con la Ciudad de México como un estado de “alta competitividad”.

Tiene 937 sectores o actividades a los que la gente puede dedicar su vida. Desde desarrollar software, hasta curar arte, si a alguien le da la gana. Tiene más contratos de banca móvil que adultos que vivan en la ciudad y una constante carga aérea de 51 toneladas por cada mil personas, que para el IMCO es muy importante.

La efervescencia de una ciudad que no para, forma parte del orgullo local.

Pero si hay interés en conservar la unión nacional, es imprescindible entender cuánto jalaron la cobija sus habitantes, al punto de quitársela a los guerrerenses y a otros paisas.

Observen estos privilegios marcados por el IMCO para la CDMX:

Las oportunidades educativas provocan que tenga el mayor grado de escolaridad, de 10.1 años; 1.7 camas de hospital por cada mil habitantes, en un país en el que pueblos de 50 mil, deben buscar un sanatorio en otra población. La Ciudad de México tiene 5.4 médicos y enfermeras por cada mil habitantes y 2.4 especialistas también por cada millar. Eso le confiere el título de la entidad con la mayor esperanza de vida.

Todo lo anterior se resume en el mayor PIB per cápita de México: 408 mil 42 pesos por persona, unos 34 mil pesos mensuales.

La “alta competitividad” que cuantifica el IMCO solo la tiene la Ciudad de México.

¿Cuánto de ésta proviene de privilegios presupuestales recibidos en detrimento del resto de otros estados?

Carentes del aparato federal, sus representantes deben cabildear y a veces mendigar recursos económicos para aumentar su relevancia económica.

La culpa es compartida. Por un lado, presidentes amantes del poder. Del otro lado, alcaldes y gobernadores que descansaron en el mandatario federal la responsabilidad de cobrar impuestos para no cargar con ese peso político. A la menor provocación, muchos eliminaron la tenencia en pos de obtener alguna pírrica victoria de campaña.

Hoy, los inventores del pozole verde enfrentan en su natal Guerrero posiblemente la mayor descomposición política de esta generación. El razonamiento que hagan el 6 de junio marcará el camino de la que viene.

En el resto del país la cosa no es muy diferente. Urge elevar el nivel intelectual de los políticos. Voten, paisas.

COLUMNAS ANTERIORES

¿Qué hace el OXXO en la Fórmula 1?
De trovadores… ¿a ingenieros full stack?

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.