Columnita Pibil

Coman caca

Las verduras proceden de un anaquel del súper o del mercado y con una fe más ciega que la que hoy recibe la religión, nos ponemos lo que sea en la boca, sin cuestionamientos.

Es muy rechazada, a diferencia de los químicos que llenan la alacena en ánimo de mantener la casa limpia. Pero con la cabeza fría, piensen dos veces ¿qué podría ser más tóxico dentro de su estómago, un desagradable trozo de excremento o un trago de detergente… o insecticida? Es muy probable que estén desayunando una dosis de lo segundo.

Pierdan cuidado, no abundaré en escatología. Quienes vengan llegando, sepan que esta columna trata semanalmente sobre algo que solemos llevarnos a la boca frecuentemente y la conexión que tiene con nosotros. Generalmente, cosas disfrutables como la cochinita pibil.

El título de hoy no es un intento de hacer alarde de algo, sino de entregarles una genuina sugerencia.

Nos hemos acostumbrado a cocinar. Por alguna razón, creció en la gente la intención de comprar vegetales o carne y prender el horno o calentar la batería de Le Creuset para poner todo en contacto y disfrutar el resultado.

Pero llegado este punto, ya perdimos rastro de la mitad del camino. Las verduras proceden de un anaquel del súper o del mercado y con una fe más ciega que la que hoy recibe la religión, nos ponemos lo que sea en la boca, sin cuestionamientos.

La masiva industria alimenticia actual no tiene más de 100 años de antigüedad. La agricultura acumula siglos y nos cambió la vida, pero parecería que entonces, la gente inventó el mango o el aguacate.

¿Cómo le hizo la Tierra antes, sin fertilizantes sintéticos, para pintar casi todo el suelo de verde?

Millones de años y de errores condujeron todo a un sistema en el que plantas y animales se comunicaron entre sí para alimentarse en un ciclo que multiplica la vida.

Los vegetales alimentaron a los rumiantes y estos devolvieron microorganismos salidos de sus tripas para ayudar a las plantas a digerir lo que comen. Hasta que llegaron los humanos, que claro, todo lo hacen mejor.

Alguna vez, un representante de una multinacional, parado al filo de su oficina, separado solamente por un vidrio del precipicio, me señalaba un hermoso jardín ¿ves qué bonito? En cambio mira, señaló una zona boscosa natural de Santa Fe, en la Ciudad de México. Mira qué desorden.

¿Nos hemos acostumbrado a un tipo de “perfección” que nos pone en riesgo de subsistencia? Un campo arado es simétricamente intrigante. Para sembrar es necesario barrer con todo, luego usar químicos para que crezcan plantas.

Como los microorganismos mueren en el proceso, entonces es necesario verter más químicos, mientras el sistema humano aguante. Después ya veremos.

Quedan a lo sumo 60 cosechas más, advierte en Netflix la historia llamada Besa el Suelo, un documental narrado por el actor de Hollywood, Woody Harrelson, un conservacionista de cara conocida. Para colmo, añade el audiovisual, cada cosecha deja menos dinero a los agricultores de maíz o sorgo.

Esa producción pone luz a una revolución en camino promovida por agricultores que quieren hacer un mejor negocio. Ésta fue internacionalizada por un francés llamado Stéphane Le Foll --quien fue ministro de Agricultura en días del gobierno de Francois Hollande-- convertido ahora en gobernante de Le Mans.

La iniciativa llamada 4 por 1000 es tan simple que parece absurda: sembrar como lo hizo la naturaleza.

En lugar de un solo cultivo, varios en un mismo lugar. En lugar de vacas y gallinas en corrales separados de las verduras, mejor las ponen a trabajar con éstas, preparando la tierra para la siembra, aportando su orina, y sí, también sus denostadas heces, que son filtradas durante el proceso de fotosíntesis.

El resultado de esta agricultura regenerativa es el de comida con sabores hechos naturalmente, orgánicamente y potencialmente de forma masiva.

El proceso descrito tiene un regalo adicional: captura humedad y carbono permanentemente en la estructura de árboles y raíces para que no regrese a la atmósfera y la Tierra detenga la desertificación.

Algo hay de eso incluso en el mensaje que Andrés Manuel López Obrador ofreció esta semana en la Cumbre de Líderes sobre Cambio Climático, el problema es que al presidente le gusta el petróleo como aderezo de toda plática y eso enturbió la conversación.

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