El 15 de noviembre miles de personas marcharon en decenas de ciudades mexicanas bajo una etiqueta llamativa: Generación Z. En Ciudad de México, el contingente avanzó del Ángel al Zócalo con consignas contra la inseguridad y la impunidad, y con el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, como símbolo del hartazgo. La ruta terminó con vallas derribadas frente a Palacio Nacional, gases lacrimógenos y decenas de heridos, entre policías y civiles. Desde el gobierno se respondió con acusaciones de manipulación opositora y uso de bots.
¿Quiénes son en realidad los jóvenes detrás de esa etiqueta? Técnicamente, la Generación Z abarca a quienes nacieron entre 1997 y 2012: hoy tienen entre 13 y 28 años. Son cerca de 30 millones de personas, alrededor de una cuarta parte del país. Es una generación más escolarizada y conectada que sus mayores, pero también más precarizada: la mitad no tiene empleo formal y muchos de quienes trabajan lo hacen en la informalidad, sin prestaciones ni estabilidad. Su madurez política ha transcurrido entre sexenios de PAN, PRI, Morena y ahora la 4T, sin que cambie del todo el paisaje de violencia y desigualdad.
Cabe resaltar que son una generación que ha pasado toda su vida dentro de la guerra contra el narco y nunca han conocido un México pacífico o sin internet.
En términos de gustos y vida cotidiana, son los primeros nativos digitales: consumen información y entretenimiento sobre todo en TikTok, Instagram y YouTube; usan memes, anime y referencias de cultura pop como lenguaje común. Valoran la autenticidad, la diversidad y las causas sociales por encima de las etiquetas partidistas. Estudios sobre juventud mexicana señalan que sus principales preocupaciones son la salud mental, la situación financiera, el costo de vida, la seguridad personal y la posibilidad de lograr independencia económica.
Políticamente no son tan apáticos como suelen pintarlos, pero sí profundamente desconfiados. Siete de cada diez jóvenes de 18 a 29 años dicen desconfiar de “la política”, y una mayoría se siente desanimada y excluida de las decisiones públicas. No rechazan la democracia como idea, sino la forma concreta en que se practica: promesas que no se cumplen, corrupción que no se castiga, partidos que sólo se acuerdan de ellos en campaña. Prefieren organizarse alrededor de causas como: feminismo, derechos LGBT+, medio ambiente, desaparecidos; más que alrededor de siglas.
La marcha de noviembre se explica justo en esa intersección entre biografía y coyuntura. El detonante fue la violencia: el asesinato de un alcalde que había denunciado al crimen, un país con más de 133 mil personas desaparecidas y alrededor de 60 homicidios diarios. A eso se suman la inflación, la dificultad de pagar renta o súper y la sensación de que ni los gobiernos anteriores ni la 4T han logrado garantizar seguridad ni piso mínimo de bienestar para comenzar una vida autónoma.
Por eso a una parte de esta generación le cuesta tanto “someterse” al poder, incluso a un gobierno que muchos de sus padres apoyaron con entusiasmo. No vivieron la hegemonía del PRI ni la épica de 2018 como algo propio; crecieron viendo alternancias que no resolvieron los problemas de fondo. Además, las redes sociales les permiten someter a escrutinio constante a cualquier liderazgo: cada contradicción, privilegio o violencia se hace visible en segundos. Frente a ese entorno, la demanda no es ideológica sino práctica: menos discursos morales y más resultados verificables.
También sería simplista afirmar que toda la Generación Z está contra Sheinbaum o contra la 4T. Las encuestas muestran que muchos jóvenes aún apoyan al gobierno en varios temas, pero son más críticos en seguridad y menos dispuestos a darle un cheque en blanco. Lo novedoso de la marcha es otra cosa: una convocatoria que nace con códigos de Gen Z (hashtags, videos, símbolos de anime) y termina reuniendo en la calle a padres, abuelos y trabajadores de todas las edades. Esa capacidad de convertir un malestar generacional en acción intergeneracional es, hoy, el verdadero poder político de estos jóvenes: no sólo protestan por sí mismos, sino que logran que el resto de la sociedad se vuelva a hacer preguntas incómodas sobre violencia, futuro y quién está escuchando a la juventud.
En otras latitudes digitales…
Bajo ninguna circunstancia debemos de aceptar la represión del Estado Mexicano, como dicen todos en internet: Es increíble que el gobierno golpeé y encarcele a los jóvenes, pero se dé abrazos con el crimen organizado, la única manera de entender esto es que ellos son parte del crimen organizado ¿o no?