Soberanía nacional, un concepto que el neoliberalismo echó al cajón del olvido y que ahora resurge respaldado con la fuerza de la primera potencia económica y militar del mundo.
Invocando la soberanía estadounidense, Trump ha puesto de cabeza el orden económico neoliberal entre las naciones y entre su gobierno y las grandes corporaciones. A los gobiernos, al imponerles aranceles y amenazas, y a las empresas, forzándolas a no sólo tomar en cuenta sus ganancias en sus decisiones de inversión, sino las ventajas de reindustrializar el territorio estadounidense y las desventajas de no cooperar con la idea.
A Estados Unidos, como al resto del mundo, le salió caro el neoliberalismo a escala global, y ahora trata de recuperar densidad industrial en sectores estratégicos. No cualquier país o inclusive, grupo de países, puede perseguir el objetivo de “hacerse grande otra vez” a costa de los demás.
La soberanía nacional -entendida, no como autarquía sino como capacidad de autodeterminación, en ausencia de una dependencia crítica del exterior- debe apoyarse en varios sectores a la vez, destacadamente en el energético, alimentario, científico/tecnológico movido por la industria, financiero y militar.
En todos esos frentes, México ha quedado extremadamente vulnerable después de 40 años de neoliberalismo, periodo en que la soberanía nacional se consideró un anacronismo (hay quienes todavía lo creen) y se dejó en libertad casi irrestricta a las empresas en un contexto global.
Apenas en 2018 se empezó a hablar en México de recuperar márgenes de soberanía en energía y alimentación, no así en el sistema bancario ni en la fuerza militar, sin duda porque ésta tiene que ser disuasiva del enemigo para ser eficaz soporte de la soberanía.
En materia de energía, en 2018 empezó a considerarse la necesidad de recuperar Pemex y la CFE, cuya historia de expoliación fiscal y deterioro por abandono es bien conocida. Por eso, en 2022 por ejemplo, el país apenas pudo cubrir el 45.2% del consumo de gasolinas, diésel y turbosina, por lo que hubo que importar el 54.80% faltante. Tan grande dependencia externa de esos energéticos cierra márgenes para imaginar y operar un proyecto político acorde a las demandas industriales y sociales. El déficit en generación eléctrica es la principal limitante a la que se enfrentan proyectos de inversión industrial.
La segunda fuente de energía es la alimentación de la gente, y ahí sí, aunque la 4T destacó su importancia y propósito de que la producción nacional de granos básicos alcanzara niveles de autosuficiencia, la dependencia alimentaria de importaciones sigue creciendo.
Se cometió el error estratégico de incluir el maíz, trigo, arroz y frijol, entre otros alimentos, en el TLC de 1994 y en el T-MEC. Ahora que Trump advierte que hará lo que se le antoje con el T-MEC, y que lo mismo podría rehacerlo que imponer acuerdos bilaterales, quizás se presente la oportunidad de sacar los granos del “libre” comercio con EUA, cosa que es prácticamente imposible en el marco del acuerdo.
El TLC, luego T-MEC, ha favorecido la exportación de frutas y hortalizas, pero también la competencia en la producción de cereales con agricultores estadounidenses que tienen enormes ventajas comparativas con los nuestros. La dependencia externa del país en granos y oleaginosas está en niveles que la propia FAO considera inaceptables… tras décadas de ir en aumento.
En 1980, con el Sistema Alimentario Mexicano en operación, se producía aquí cerca del 90% de los granos que consumíamos, y hoy se cosecha menos del 60%. Si antes se pudo, fue porque en el territorio existen la tierra y el agua para hacerlo, y se tuvo una política agropecuaria que supo cómo aprovecharlos.
En el marco del T-MEC, los agricultores y campesinos mexicanos se atienen a los precios por sus cosechas que se determinen en la bolsa de Chicago, aunque tengan costos crecientes, carezcan de financiamiento y sus rendimientos vayan a la baja por condiciones climáticas y otras causas.
Ni el gobierno ni el empresariado nacional pueden presumir de la planta industrial. Las empresas medianas y grandes no están acostumbradas a invertir en tecnología e innovación de su producción para ganar mercados; son sustancialmente dependientes de insumos, componentes y equipos esenciales para cualquier actividad productiva.
Han dejado que México se convierta, desde 1965 a la fecha, en un país preeminentemente maquilador que, con mano de obra barata, ensambla partes producidas fuera del país para exportarlas.
Las maquiladoras, no la industria nacional, es la beneficiaria de los tratados comerciales como principal sector exportador (62% del total de las exportaciones del país en 2021).
Ningún país del mundo ha puesto el manejo de su ahorro nacional y del crédito en manos de bancos extranjeros, como lo hizo el gobierno de Ernesto Zedillo después de sanear su cartera con un Fobaproa que no termina de pagarse. Esa banca extranjera presta al consumo, no a la producción, a tasas mucho más elevadas que las que le cobra a un tarjetahabiente, por ejemplo, en Colombia ¿por qué?
En su primer informe de gobierno, la presidenta Sheinbaum se refirió a la necesidad de “que avancemos con una banca que genere mejores condiciones de crédito”.
El Banco de México tiene mecanismos regulatorios a partir de la reforma financiera de 2014, que no ejerce ¿Por qué?