En el espejo de Washington

Trump y el voto latino: del campanazo al desencanto

Trump logró atraer voto hispano en 2024 usando un impulso psicológico poderoso: el deseo de pertenecer. “Votar por Trump es ser americano”. Hoy esa narrativa se diluye ante la percepción de una agenda de supremacía blanca

Desde 2016, el voto latino en Estados Unidos ha sido un péndulo inquieto. Hillary Clinton ganó el 65% del voto hispano frente al 28% de Donald Trump. En 2020, Joe Biden repitió proporciones similares. Y, sin embargo, en 2024 esa estabilidad se rompió. Los datos de Pew Research Center mostraron que Kamala Harris apenas superó por tres puntos a Trump entre los votantes latinos. Una distancia impensable años atrás.

El avance de Trump se concentró en Florida y Texas, con repuntes más modestos en estados como Texas, Arizona o Nueva Jersey. Por primera vez en décadas, sectores importantes de la comunidad latina cruzaron líneas históricas y dejaron de ser el “voto seguro” de los demócratas, que durante años dieron por sentado su respaldo.

Pero ese impulso ya muestra grietas profundas.

Desencanto acelerado

Apenas unos meses después de su retorno a la Casa Blanca, la aprobación de Trump entre latinos cayó del 44% al 25%. Otro sondeo de AP confirma la tendencia: del 41% en marzo al 27% poco tiempo después. No son ajustes marginales: son desplomes de doble dígito que reflejan un desencanto real.

La comunidad latina –diversa en origen, generación, escolaridad y experiencia migratoria– comparte preocupaciones comunes: seguridad económica, trato digno, arraigo y oportunidad. Y en todos esos frentes Trump está fallando.

La gran promesa incumplida

El costo de vida definió el voto de 2024. Trump supo capitalizar la frustración con la inflación en el cierre del ciclo Biden, prometiendo orden y alivio económico. Ganó credibilidad suficiente para persuadir a millones de latinos.

Hoy los precios no ceden, las tarifas comerciales alimentan incertidumbre y la administración se ha volcado más a la retórica de la fuerza que a la economía cotidiana. Una familia latina en Nevada, Colorado o Texas no percibe mejora alguna. La gran promesa se convirtió en un bumerán electoral.

La agenda de la crueldad y la supremacía blanca

ICE se ha vuelto un símbolo inquietante: agentes sin identificarse, redadas en barrios con larga presencia latina, maestros intimidados en sus escuelas, trabajadores detenidos sin debido proceso. Ya existen reportes de ciudadanos estadounidenses amenazados o incluso deportados por perfiles raciales. El miedo dejó de ser ajeno: toca la puerta de quienes han construido vida y raíces durante décadas. Es un trato brutal e injusto que no conmueve a muchos votantes blancos, pero sí indigna profundamente a millones de latinos.

Trump logró atraer voto hispano en 2024 usando un impulso psicológico poderoso: el deseo de pertenecer. “Votar por Trump es ser americano”. Hoy esa narrativa se diluye ante la percepción de una agenda de supremacía blanca que coloca a los latinos –con o sin documentos– bajo sospecha permanente.

El espejismo conservador

Trump conectó con valores conservadores presentes en algunas comunidades: religión, familia, orden, rechazo al socialismo caribeño. Florida es el ejemplo perfecto, donde el fantasma del comunismo sigue siendo eficaz entre exilios cubanos, venezolanos y nicaragüenses.

Trump también ha coqueteado con la idea de una acción militar contra Nicolás Maduro. Ese gesto podría sumar votos en Florida, pero tendría poco eco fuera de Miami. Para la mayoría de los latinos en Texas, Nevada o Colorado, Venezuela no es un tema de voto.

Los jóvenes: la otra fuerza silenciosa

El mito del “voto joven conservador” se derrumba con los datos. Los latinos menores de 30 años son, en términos generales, progresistas. Votan menos que los mayores de 60, pero su peso crece: uno de cada cuatro nuevos estadounidenses menores de 20 años es de origen latino. La demografía empuja hacia un electorado más joven, diverso y crítico. Y esa generación no compra el mensaje trumpista. El fenómeno Charlie Kirk es real, pero acotado a los jóvenes blancos.

Un 2026 cuesta arriba para el Congreso Republicano

En estados clave como Arizona, Texas, Nevada y Colorado hay varios distritos que los republicanos ganaron por márgenes menores a 10 puntos y donde el peso latino es decisivo. Si los demócratas movilizan a jóvenes, aumentan la participación de latinos de segunda generación y conectan con temas concretos –costo de vida, vivienda, trato digno–, esos distritos pueden voltearse solo con organización y presencia territorial.

Un 2028 con mala pinta para la candidatura presidencial republicana

En 2024, Trump tocó los botones correctos: conservadurismo cultural, sentido de pertenencia, enojo con los demócratas y angustia económica. Pero hoy ninguno opera a su favor. El voto latino es flexible, móvil y exigente. No perdona la indiferencia ni la humillación.

Si la tendencia actual se mantiene, la candidatura presidencial republicana difícilmente repetirá el desempeño sorprendente de 2024. Todo apunta a un retorno a la zona histórica: alrededor del 30% del voto latino, quizá menos.

Y en una elección cerrada, regresar a ese techo puede ser letal.

Guido Lara

Guido Lara

CEO Founder LEXIA Insights & Solutions.

COLUMNAS ANTERIORES

El primer éxito de Zohran Mamdani
El nuevo perímetro de Trump: de la frontera a los mares

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.