Gerardo Herrera Huizar

México vulnerable ¿dónde estamos parados?

La desfachatez con que se exhiben los grupos armados a través de redes sociales y la tibia respuesta institucional para su combate no puede ser ignorada.

No es un asunto que deba tomarse a la ligera. Tampoco es novedad, cierto, pero las expresiones cada vez más desafiantes, públicas y abiertas de bandas criminales, dan cuenta del nivel de penetración y fortalecimiento de la delincuencia en la estructura social de nuestro país que va teniendo, paulatinamente, repercusión internacional.

La desfachatez con que se exhiben los grupos armados a través de redes sociales y la tibia respuesta institucional para su combate no puede ser ignorada ni dentro ni fuera de nuestras fronteras y mucho menos puede neutralizar la sospecha, por más que se aduzca que la estrategia está orientada a la mitigación de las causas, de la pobreza, la desatención y el abandono como generadoras del delito.

La demanda presentada por el gobierno mexicano en cortes de los Estados Unidos en contra de empresas fabricantes de armas, las denuncias del gobernador de Michoacán señalando la injerencia del crimen organizado en las pasadas elecciones y ahora el anuncio de que el bloque opositor “Va por México” también acudirá a la Organización de Estados Americanos a denunciar la intromisión del narco en las elecciones del pasado 6 de junio, ponen en la palestra internacional el peligro que se cierne sobre México y sus instituciones democráticas a causa de la creciente actividad criminal, la aparente tolerancia y las manifestaciones públicas de grupos violentos con visos de terrorismo.

El asunto no será obviado en el exterior, ya en los círculos de seguridad de los Estados Unidos se ha señalado que al menos un tercio de la geografía nacional es controlada por el crimen organizado y se han insinuado las intenciones de catalogar a las bandas delictivas como terroristas, lo que, aunque poco probable, abriría la posibilidad de una intervención abierta por parte de nuestro poderoso vecino del norte o, cuando menos, mayores presiones en el terreno político y diplomático.

Por más optimista que se quiera ver la circunstancia nacional, las señales del ambiente definen un panorama complejo que ya no puede seguir atribuyéndose a las herencias del pasado ni a la muy socorrida pandemia, a la que nos vamos habituando y con la que tendremos que seguir lidiando en lo cotidiano para instalarnos realmente en una nueva normalidad.

México se encuentra en una situación vulnerable. La crisis de seguridad es evidente y los señalamientos que se vierten sobre la ineficacia de las estrategias para contener la violencia y la expansión territorial de los grupos bien armados y pertrechados trasciende las fronteras con la consecuente repercusión en imagen y prestigio, que no es cosa menor. Baste recordar las recientes y muy discretas visitas de flamantes personalidades norteamericanas a nuestro país, que resultan muy sugerentes de su interés por lo que sucede al sur de su territorio.

No se entiende cabalmente la intencionalidad de nuestros políticos de llevar a organismos internacionales sus denuncias sobre la participación del crimen organizado en el proceso electoral ni lo que se busca obtener, a sabiendas que será un ejercicio estéril que no revertirá ningún resultado y no hace más que enviar un mensaje, en realidad, para consumo doméstico, pero que en el exterior no deja nada bien parado a nuestro país.

Lo que es un hecho innegable es que la violencia sigue con cifras alarmantes y los cuerpos de seguridad del Estado están siendo contenidos, mientras los delincuentes se solazan en una espiral que, más temprano que tarde, puede ser incontenible.

Al tiempo.

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