Gerardo Herrera Huizar

Arranca la sucesión para 2024

La resaca poselectoral conduce, o así debiera, a un periodo de profunda reflexión, tanto a quienes se han erigido con el triunfo como a aquellos que han sido derrotados.

Entre festejos y lamentaciones, la resaca postelectoral conduce, o así debiera, a un periodo de profunda reflexión, tanto a quienes se han erigido con el triunfo como a aquellos que han sido derrotados en la que, se afirmó, constituyó la más importante elección de los tiempos modernos en la política mexicana.

Lejos de la euforia embriagante y de la nostalgia plagada de justificaciones y culpas, los resultados finales son los que determinan la realidad presente y ofrecen lecciones que, aprendidas y analizadas con humildad y autocrítica, brindarán valiosas enseñanzas a los contendientes en su respectiva circunstancia, lo mismo en la derrota que en la victoria.

La primera fase del proyecto transformador de la vida pública de México, llegado a su prueba del ácido, no logró los resultados esperados con los que se hubiera profundizado la estrategia originalmente planteada y consolidado los radicales cambios estructurales hacia la nueva institucionalización de la república.

En la práctica, el resultado conduce a un retorno de los equilibrios políticos ante bellum que definirán en el futuro inmediato la relación entre el gobierno, los institutos políticos y los diversos sectores sociales que ya han comenzado a dar señales para establecer nuevas condiciones de negociación.

Como en toda batalla, la contienda ha dejado bajas fatales en ambos bandos. Caudillos y campeones serán sujetos de escrutinio y de juicios sumarios por sus aciertos y errores. Las deserciones, las defunciones políticas, los cambios de bando reordenarán el tablero de juego y abrirán, obligadamente, espacios que deberán ser ocupados por liderazgos emergentes y actores estratégicos para retomar el rumbo. La sucesión presidencial de 2024 ha dado inicio.

Como producto de la refriega, se perfilan nuevos escenarios que minan la certidumbre sobre la viabilidad de las radicales transformaciones anunciadas con la alternancia e introducen variables de peso específico para su consecución. La apuesta por el cambio regenerador que se pensaba garantizado, con su narrativa socialmente polarizada deberá ser sujeta de una drástica revisión para el ajuste de la estrategia transformadora.

De poco servirán los lamentos, como de nada la euforia triunfalista si no van acompañados de la serenidad y prudencia, de la objetividad y la claridad de miras para enfrentar, en las mejores condiciones posibles, los desafíos de la carrera que ya ha dado inicio.

No sería ocioso dejar un espacio a la meditación sobre las enseñanzas recientes y tomar muy en cuenta que no ha sido la opción por los mejores lo que ha determinado el resultado, sino que han sido el rechazo y la sanción social a las modas y modos de hacer política, nuevamente, los que en realidad se han erigido como factor determinante.

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