Gerardo Herrera Huizar

No todo fin justifica los medios

El mensaje de la abrumadora propaganda electoral de los partidos y coaliciones contendientes adoptó como eje la descalificación.

La preocupación es más que evidente. Los pronósticos ya nos son tan certeros ni tan optimistas con respecto al resultado esperado en la próxima jornada electoral que nos aguarda en tan sólo dieciocho días.

Lo que tan solo hace unas semanas se apreciaba como un triunfo indubitable del oficialismo se va poniendo en duda conforme la fecha se acerca, pues las señales que se emiten desde la máxima tribuna producen la sensación de nerviosismo, que no se explica de otra manera que por la existencia de otros datos no tan favorables al partido en el poder, pese a los que arrojan las encuestas sobre popularidad e intención preliminar del voto donde aún mantiene ventaja.

Muchos factores abonan a la incertidumbre, desde el polémico desempeño gubernamental en temas por demás sensibles como la situación de la economía, el manejo de la pandemia, la crisis de violencia que es un azote en diversas regiones del país, los escándalos de corrupción que no cesan y trágicos acontecimientos recientes, accidentes estructurales y hechos de sangre que extienden su manto de luto por circunstancias diversas y someten a escrutinio público las aptitudes y las actitudes de la administración desde el máximo nivel.

Signos de preocupación, también, se estiman las investigaciones y demandas que desde sendas instancias oficiales se han enderezado contra personajes relevantes en la contienda electoral y las embestidas contra medios de comunicación, comunicadores, organizaciones de la sociedad civil y organismos autónomos de manera cotidiana y abierta, que mueven a inferir sobre la convicción del partido transformador del riesgo latente de no tener el triunfo asegurado.

El mensaje de la abrumadora propaganda electoral de los partidos y coaliciones contendientes adoptó como eje la descalificación, el señalamiento de la abyección del pasado, por una parte, y la condena a un futuro decadente, por la otra, catalizado por la coreografía que raya en el ridículo, a falta de propuestas razonables, pese al vasto repertorio de problemas que en todos los órdenes ofrece el complicado panorama local y nacional.

El ambiente es nebuloso, inestable y por demás confuso. El estilo que ha tomado la confrontación nos transporta a escenarios delicados donde las formas se traducen en fondos que superan la ortodoxia política y ensanchan los umbrales para el cómodo acceso de actores no deseables en el juego democrático, pero que pueden erigirse en factores determinantes en la conducción de la vida pública.

Apostar el todo por el todo parece ser la estrategia elegida ante la incerteza creciente y la acalorada competencia que se torna más incruenta y creativa en recursos para bajar del corcel al oponente a medida que los tiempos se acortan, pero, no está de más recomendar prudencia.

No todos los fines deben, por dogma, justificar los medios.

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