Leer es poder

Merecemos un gobierno que no nos mienta

¿Será cierto que la mentira es una característica esencial del mexicano? El presidente miente como respira, pero esto no parece importarle a la gente que lo apoya.

Mintió desde antes de tomar posesión del cargo de presidente. Dijo que a partir del primer día de su gobierno cesaría la violencia en el país, que convocaría a un gran acuerdo nacional al que acudiría hasta el Papa. Todo era mentira. La violencia no ha cesado. Vivimos el periodo más violento de nuestra historia.

Dejamos pasar esa mentira y luego dejamos pasar cien mil más, según la agencia Spin, que lleva el registro. No tendremos un sistema de salud superior al de Dinamarca. No se ha erradicado la corrupción en su gobierno. La propaganda y la mentira forman parte del quehacer político de López Obrador.

Lo peor de todo es que normalizamos esta situación. El presidente miente como respira, pero esto no parece importar a la gente que lo apoya. A algunos hasta les resulta gracioso. “Si no se resuelve el desabasto de medicinas me dejo de llamar Andrés Manuel”, dijo en noviembre de 2021 y el problema sigue pendiente. Un año después, noviembre de 2022, volvió a decir: “me dejo de llamar Andrés Manuel si la gente no quiere que se reduzca el presupuesto del INE para que no ganen más que el presidente”. Lo dijo antes de que nos enteráramos que el presidente recibe más de 400 mil pesos mensuales, incluyendo sueldo y prestaciones. ¿Cómo se llama ahora el presidente? ¿Felipe, Vicente? Da igual, estaba mintiendo.

Dijo que no viviría en Palacio Nacional, que rentaría un departamento cerca de ahí. Mentira. Dijo que regresaría el Ejército a sus cuarteles. Mentira. Dijo que se había terminado el huachicol. Otra mentira.

Donald Trump mintió más de 30 mil veces durante su presidencia. López Obrador lo ha hecho tres veces más. Pero como dice él mismo: “¿Cuál es el problema?” No hay sanciones para los mentirosos.

Su popularidad por encima del 60 por ciento, ¿cuánto le debe a sus mentiras? Lo que me lleva a otra pregunta: ¿su popularidad se cimenta en sus mentiras o la gente no sabe que miente? Muchas personas se informan en “las mañaneras”. Creen que lo que ahí se dice es verdad porque desde el inicio los medios rehusaron contradecir sus falsedades, porque la sociedad organizada nunca puso freno a sus mentiras.

Se utilizó al principio de su gobierno el término “posverdad”, se habló de “verdades alternativas”. Cuando lo sorprendían en una mentira flagrante, afirmaba tener “otros datos”. Cuando a través del órgano de transparencia se solicitaban esos “otros datos”, Presidencia solía contestar que no contaba con la información. Para evitar esos problemas, López Obrador se afanó por inutilizar el INAI, el órgano de transparencia.

Si tuviéramos la mala fortuna de que fuera electo alguno de los candidatos de López Obrador, la situación no sería distinta. Marcelo Ebrard “se dobló” ante Pompeo, aceptó el traslado de migrantes de EU a México, pero a los mexicanos nos dijo que eso no había ocurrido. Mintió. Claudia Sheinbaum afirmó que la cantante Rosalía no cobraría nada por presentarse en el Zócalo, ahora sabemos que le pagaron 10 millones de pesos. Mintió. Adán Augusto López, negó que hubiera utilizado vehículos oficiales en sus recorridos por la República para promover el voto en la consulta de revocación de mandato, a pesar de los videos que así lo registraron. Mintió. ¿Si el presidente miente por qué no habrían de mentir sus candidatos?

¿Nos merecemos un país así? Para los mexicanos “la mentira posee una importancia decisiva en nuestra vida cotidiana, en la política, el amor, la amistad. Con ella no pretendemos nada más engañar a los demás, sino a nosotros mismos. De ahí su fertilidad y lo que distingue a nuestras mentiras de las groseras invenciones de otros pueblos. La mentira es un juego trágico, en el que arriesgamos parte de nuestro ser. Por eso es estéril su denuncia” (Octavio Paz, El laberinto de la soledad). ¿Será cierto que la mentira constituye una característica esencial del mexicano?

Recientemente, en el marco del juicio a García Luna en Nueva York, testificaron en su contra una serie de delincuentes que el mismo García Luna había aprehendido y extraditado.

No presentaron pruebas, grabaciones, fotografías ni documentos que acreditaran el dinero que recibió a cambio de brindarles protección. Bastó la palabra de estas personas para juzgarlo culpable. En México, salvo el presidente y sus porristas, se siguió el caso con incredulidad. Muchos pensaron que mintieron a cambio de reducir sus penas. Nuestros vecinos, por el contrario, están convencidos de que dijeron la verdad: juraron sobre la Biblia y, además, en caso de saberse que sus dichos son mentiras el castigo por perjurio es muy grave. Se castiga severamente la mentira. El New York Times dedicó varias planas completas, en plena campaña electoral, exhibiendo las mentiras de Donald Trump. La mentira tiene un alto costo social. En México no ocurre así. El presidente miente impunemente.

Nuestro sistema político está construido sobre la simulación y la mentira. Mientras socialmente no penalicemos esta costumbre nuestra vida política continuará corrompida desde la raíz.

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