Leer es poder

Un futuro incluyente

Podemos aspirar a un México en paz, sin corrupción, con un alto nivel educativo y un buen sistema de salud, un país donde se respete la ley, más justo y menos desigual.

No existe el pasado ni existe el futuro, lo único real es el presente. Sin embargo, estamos hechos de pasado y no podríamos vivir si pensáramos que no hay futuro.

La imagen del futuro se ha devaluado. En siglos anteriores todavía se concebían utopías. Sitios imaginarios donde reinaba la felicidad y la justicia para todos. En el siglo XX, la última gran utopía, la comunista –luego de la experiencia del gulag soviético, la revolución cultural china, las masacres en Camboya y la quiebra en Cuba–, quedó hecha añicos.

La utopía, como la Revolución, parecían conducir al matadero. Comenzaron a cundir las distopías, comenzando por 1984 de George Orwell. Las imágenes que nos brindan la literatura futurista o el cine son catastrofistas. La imaginación postapocalíptica no nos muestra cómo será el futuro: son imágenes de nuestros miedos presentes. Calentamiento global, sobrepoblación, nuevas dictaduras, vigilancia de todos nuestros actos, generalización de la pobreza, contaminación de mar y tierra. El futuro se pinta con los colores más sombríos. Hablar de esperanza es arriesgarse a que nos tachen, por lo menos, de ingenuos.

La disposición a construir un futuro mejor ha desaparecido del horizonte político. La cuatroté es esencialmente reaccionaria. López Obrador pretende la restauración autoritaria priista de tiempos de Díaz Ordaz y Echeverría. Cuando quiere proyectar una imagen económica ideal recurre al llamado “milagro mexicano” de los años sesenta. Rinde culto al mito petrolero. En sus interminables discursos matutinos está ausente la palabra futuro. No es mejor el caso de la oposición. Los diversos foros de reflexión que han aparecido en los últimos meses hablan del futuro con imágenes gastadas, lugares comunes huecos, que lo que traslucen es un deseo de que todo vuelva a ser como era antes de la llegada de López Obrador a la presidencia. Eso no va a ocurrir. Lo de antes estaba mal, López Obrador tratando de enderezarlo lo empeoró, pero nadie en sus cabales puede proponer que regresemos a lo que funcionaba mal o a medias.

Antes de que “el destino nos alcance”, debemos generar nuevas ideas e imágenes del futuro. Construir mediante la imaginación un futuro deseable y más aún: una imagen utópica del futuro, que coloque de nuevo lo más alto posible la vara de lo puede hacerse. Quizá no lleguemos nunca a cumplir ese ideal (una sociedad sin hambre, menos desigual, igualitaria en temas de género y raza, una sociedad que incorpore los adelantos tecnológicos –la inteligencia artificial, la fusión nuclear, las computadoras cuánticas, la ingeniería genética, entre muchos otros– al bienestar de la humanidad; una sociedad diversa y tolerante, basada en una educación incluyente, que destierre la superstición y enaltezca las artes y la ciencia) pero no debemos permitir que nos conduzca el miedo, presente en casi todas las imágenes postapocalípticas que circulan en libros, cine y series de televisión: una tierra baldía, hipercontaminada, una tierra moribunda que nos obligue a migrar a otros planetas, una tierra de guerras por el agua, de pandemias sin control, un mundo donde las máquinas se rebelan y nos esclavizan. Ese es el futuro que nuestro miedo vislumbra hoy. Es necesario imaginar otro futuro para comenzar a construirlo.

No vayamos muy lejos, comencemos por México. ¿Cuándo vamos a lograr pacificar al país, que desaparezcan los cárteles, que no haya desaparecidos, que se acabe con la extorsión y el secuestro? ¿Nunca? ¿Ese es nuestro horizonte? La estrategia de los “abrazos, no balazos” (atender a las causas) resultó tan inútil, o más, que la fallida guerra de Calderón. En El Salvador Bukele ha logrado disminuir la violencia a niveles mínimos utilizando métodos fascistas. No queremos eso. Desear que el sistema de salud sea tan bueno, o mejor, que el de Dinamarca, es una noble aspiración, que este gobierno ha emprendido de la peor manera posible. Pero algún día debemos alcanzar esa meta: ser como Dinamarca, o más. ¿Que nos lo impide? Jacques Rogozinsky ha insistido mucho, en una serie de penetrantes artículos publicados en este espacio, que la clave radica en la cultura. Esa transformación cultural no es imposible ni lleva décadas: el ejemplo lo dan los mexicanos, displicentes aquí y disciplinados nada más cruzan la frontera con Estados Unidos. Son los mismos. Pero allá hacen cumplir, por lo menos mucho mejor que nosotros, el Estado de derecho.

Podemos aspirar a un México en paz, sin corrupción, con un alto nivel educativo y un buen sistema de salud, un México en donde se respete la ley, un país más justo y menos desigual. Pero para alcanzar esa meta primero debemos imaginar ese México posible. Los políticos no lo están haciendo, ocupados como están en ganar la próxima elección. Los intelectuales viven dominados por el miedo. Nos toca imaginar un México superior, nos toca volver a ser realistas: aspiremos a lo imposible para lograr, con coraje y alegría, lo realmente posible.

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