La encuesta que esta semana publicó El Financiero refleja que nuestra preocupación por la pandemia se ha reducido.
Desde abril y hasta la primera quincena de agosto, el Covid-19 se había mantenido como el principal problema del país en la opinión de los mexicanos.
Pero, hacia finales del mes pasado este lugar ya fue desplazado por los problemas económicos y de empleo.
Igualmente, si se observa el respaldo a las medidas preventivas, destacadamente el confinamiento, se observa una tendencia a la baja.
En alguna medida esto es explicable por una situación de cansancio de la población.
Ya han sido cinco meses de encierro y no hemos observado realmente un aplanamiento claro de la curva.
Lo que vemos es una reducción todavía menor de los casos registrados. En los 30 días que antecedieron al 3 de septiembre, el promedio de casos diarios fue de 5 mil 531; en los 30 días anteriores fueron 6 mil 370, y en los 30 anteriores, 4 mil 960.
Aunque sí hay una baja, ésta no nos regresa siquiera a los niveles que teníamos en junio.
En paralelo, hay un incremento de la movilidad que le hemos reseñado frecuentemente en este espacio, con base en los datos de Apple Mobility.
Los datos más recientes para transporte público nos indican un alza de 65 por ciento aproximadamente entre los últimos días de agosto y julio.
El problema es que cuando crece la movilidad sin que se hagan más estrictas las medidas de protección, estamos frente al riesgo de que en las siguientes semanas el contagio se acelere, y probablemente también repunte el número de fallecidos.
El modelo del Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud (IHME) de la Universidad de Washington, del que también frecuentemente le hemos comentado en este espacio, asume esta tendencia y anticipa 138 mil muertes totales reconocidas oficialmente en este año en su escenario base.
La mayoría quisiéramos regresar a la normalidad, a la posibilidad de tener la cercanía que teníamos entre nosotros en el mundo previo a la pandemia. Sin embargo, eso se ve todavía distante.
Hay que tomar en cuenta, además, la posibilidad de que una aceleración de los contagios en el último trimestre del año vuelva a afectar negativamente a la economía.
En esa eventualidad nos encontraríamos con que, en lugar de que más y más entidades pasen al color amarillo y eventualmente al verde, en el semáforo de la Secretaría de Salud, podría ocurrir que en los últimos meses del año se movieran hacia el rojo.
Este no es un escenario fantasioso sino plausible, que no quisiéramos tener, pero que puede perfilarse sobre la base de un comportamiento social que empiece a bajar la guardia en las medidas para evitar los contagios y una autoridad poco enfática para frenar esta tendencia.
No sobra recordar de nuevo el caso de España. El 2 de septiembre registró 8 mil 581 nuevos contagios cuando ya había llegado en julio a menos de 500.
Este crecimiento ha llevado a nuevas restricciones en diversas provincias y ahora se espera que incluso Madrid anuncie otras hoy o en los siguientes días.
Puede resultar aburrido estar duro y duro con la pandemia, pero si no hay la atención suficiente al tema y sigue la despreocupación, el fantasma de una recaída se nos va a aparecer muy pronto.