Coordenadas

El flautista de Hamelín

¿Bajo qué condiciones y a qué ritmo debe normalizarse la actividad económica para no arriesgarnos a que la desesperación nos haga perder la razón?

El flautista de Hamelín es un cuento de los hermanos Grimm, que narra que en una población infestada de ratas, un flautista acuerda con sus habitantes liberarlos de la plaga a cambio de una paga.

El flautista logra expulsar a las ratas hechizándolas con la melodía de su flauta. Logra que las ratas lo sigan, se lancen al río Weser y perezcan ahogadas.

Ya libres de ellas los pobladores se niegan a pagarle y entonces el flautista vuelve a tocar su flauta y hechiza a los niños. Algunas versiones del cuento popular señalan que los encerró en una cueva y los liberó hasta que le pagaron. Otras, más crueles, dicen que, al igual que a las ratas, los hizo lanzarse al río.

Hoy, escuchamos las notas de la flauta en nuestros oídos.

Funcionarios, empresarios e incluso trabajadores, gritan y reclaman que ya es tiempo de que regrese la normalidad y salgamos de nuestro encierro.

Donald Trump, el hombre más poderoso del mundo, demanda a los gobernadores de su país que ya reabran. Las presiones se sienten en todas partes, desde empresarios y funcionarios, hasta los más modestos trabajadores. La melodía de la flauta nos levanta.

Es evidente que hay un cansancio por el confinamiento. Y también hay desesperación por el desastre económico que se está produciendo. La melodía resuena en millones de oídos.

¿Es una decisión racional reabrir pronto las economías o se trata de un engaño que nos va a llevar a arrojarnos alegremente a la corriente mortífera?

¿Bajo qué condiciones y a qué ritmo debe normalizarse la actividad económica para no arriesgarnos a que la desesperación nos haga perder la razón?

Emprendimos el confinamiento, gobiernos y sociedades, para evitar una mayor propagación del Covid-19. Si el punto en el cual está en algún lugar el proceso epidémico permite que a través de alguna modalidad se pueda reactivar la actividad económica, está más que justificado que se busque normalizarla.

Pero, si la fase de la epidemia en la que se encuentra una región o un país, todavía impide la normalización de la actividad productiva, salir del confinamiento sería exactamente lo mismo que arrojarnos al río.

Es totalmente falso el dilema entre tomar una decisión que tiene costos económicos y otra que tiene costos humanos.

El proceso civilizatorio de la humanidad no deja lugar a dudas: la vida humana es invaluable y no hay ningún costo económico al que se equipare. Cualquier otro criterio implica retroceder siglos en nuestros valores.

Los países que empiezan a abrir su economía de manera inteligente –los hay– lo hacen de modo gradual, controlado, y con base en la aplicación de una gran cantidad de pruebas que aseguran que la abrumadora mayoría de la población no es portadora del virus.

Normalizar las actividades productivas sin tener estas condiciones o en una fase demasiado temprana del desarrollo de la epidemia, tendrá como resultado la aceleración de los contagios, así como el incremento desmedido de la demanda de servicios hospitalarios y se dispararía igualmente el número de fallecidos.

Sería un asesinato deliberado de muchas personas. Suena feo. Pero eso es.

En el caso de México, la posibilidad de normalizar algunas actividades en zonas del país a partir del 17 de mayo requerirá de controles estrictos en materia de movilidad y de un cambio en la visión de la vigilancia epidemiológica, para aumentar significativamente el número de pruebas.

Es legítimo preguntarnos si eso es posible. ¿O esa fecha se estableció para satisfacer el ansia del presidente López Obrador?

Y en el caso del 30 de mayo, va a ser necesario un descenso muy significativo de la curva de nuevos casos diarios en todo el país.

Esperemos que los médicos que deciden lo anterior sean suficientemente honestos para que no acomoden las cifras a los deseos presidenciales… o a sus deseos presidenciales.

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