Coordenadas

Por qué el gobierno no debe desestimar la trayectoria del PIB

Si el país quiere atraer inversión, impulsar empleo productivo y resistir la volatilidad global, debe colocar el crecimiento real al centro de su estrategia y usar el PIB como indicador clave.

El viernes pasado, la presidenta Sheinbaum desestimó el pobre resultado económico que reportó el INEGI para el tercer trimestre de este año al señalar una caída de 0.2% del Producto Interno Bruto (PIB) respecto al mismo periodo del año pasado.

Señaló Sheinbaum que el Producto Interno Bruto “no refleja logros como la salida de 13.5 millones de mexicanos de la pobreza, el aumento del empleo o la reducción de la desigualdad” y subrayó que “la fortaleza económica no puede medirse únicamente por el crecimiento del Producto Interno Bruto”.

“El PIB se volvió el indicador fundamental para medir las economías del mundo, pero no refleja aspectos esenciales como la reducción de la pobreza, el acceso a la educación o la disminución de la desigualdad”.

“¿Cómo mide el PIB que ahora los trabajadores de plataformas tienen seguridad social? Eso no lo mide”.

No es novedad el intento de desacreditar la medición del PIB. AMLO ya lo había hecho en 2020:

“…crecimiento, PIB, Producto Interno Bruto. Esos términos ya también deben entrar en desuso. … En vez de crecimiento hablar de bienestar; en vez de lo material, pensar en lo espiritual.” Y agregó que más que crecimiento con esos parámetros, lo que importa es el desarrollo y el bienestar social.

En ese sentido, existe una continuidad retórica: el gobierno enfatiza que no basta el PIB para medir lo que realmente importa: bienestar, reducción de pobreza, distribución del ingreso.

No obstante, desde mi punto de vista, ese planteamiento no basta sin hacer explícito lo siguiente: las mejoras sociales que presume el gobierno —por ejemplo, la reducción de la pobreza en alrededor de 13 millones de personas- no van a ser sustentables sin una economía más dinámica. Y en la práctica, el único estándar internacionalmente aceptado para medir el crecimiento es precisamente el PIB.

Hay tres razones que sustentan esta afirmación:

1.Sostenibilidad de los avances sociales

Cuando un gobierno eleva el gasto social, incrementa programas de bienestar, subsidios, transferencias, salarios reales, lo hace con un flujo de ingresos fiscales asociado a la producción de bienes y servicios. Si la economía no crece —o crece muy poco— los ingresos tributarios y la creación de empleos quedarán limitados, lo que puede hacer inviable mantener los programas sin elevar deuda o recortar inversiones. En ese sentido, no basta con medir bienestar: se debe asegurar que la base económica que lo sustenta crezca. Desestimar el PIB como referencia y generar políticas públicas que no se orienten a asegurar su recuperación o mejora puede llevar a una mejoría social efímera, pero no a sostenibilidad.

2.Comparabilidad internacional y confianza de los inversionistas

El PIB es el lenguaje común que los mercados, agencias calificadoras, inversionistas institucionales y organismos internacionales usan para comparar economías, evaluar riesgos, tomar decisiones de inversión o financiamiento. Si un país decide relativizar esa métrica —o parece hacerlo— corre el riesgo de generar señales confusas, disminuir la claridad sobre su rumbo macroeconómico y debilitar la confianza. En efecto, los inversionistas pueden interpretar que el país está menos comprometido con el crecimiento medible, o que está dispuesto a sacrificarlo. Eso encarece el financiamiento, limita la inversión privada y pone en riesgo los logros sociales conseguidos.

3.Tendencia a desacreditar el PIB cuando los resultados son desfavorables

Existe una tentación política de criticar al PIB cuando los números resultan favorables y optar por otros indicadores de bienestar como argumento de que “lo que importa es otra cosa”. Y de hecho, esa estrategia ya ha sido utilizada por AMLO cuando sostuvo que “tiene otros datos” y que los parámetros establecidos por el periodo neoliberal ya no importan. Sin embargo —y aquí está el punto— esa estrategia puede convertirse en un problema si el crecimiento real no acompaña las políticas sociales.

Reducir la pobreza, mejorar el bienestar y redistribuir el ingreso son objetivos loables, pero sin crecimiento económico real se reduce el margen de maniobra, el efecto multiplicador y el financiamiento para dichos fines. En ese escenario, los logros podrían revertirse o quedar estancados.

Para ser justos, los gobiernos de la 4T tienen méritos: la reducción de la pobreza —una variable central de su discurso— es un logro relevante que no debe subestimarse. Reconocer que, según datos del INEGI, más de una decena de millones de mexicanos han salido de condiciones de pobreza implica un avance social significativo que puede consolidar cohesión y mejorar calidad de vida.

Esa política social, y ese enfoque redistributivo, son parte de una visión de justicia económica que ha venido desde el gobierno anterior.

En ese sentido, si Sheinbaum dice “el PIB también es uno de los indicadores para medir la economía, pero no el único”, es una formulación que, si bien correcta, puede resultar insuficiente. Debe acompañarse de una estrategia clara para revertir el estancamiento del crecimiento. Y, en particular, debe aceptar que hay un límite práctico: sin crecimiento —medido por el PIB real— los márgenes para bienestar se estrechan.

En conclusión, aunque es correcto subrayar que el bienestar, la salud, la educación, la reducción de desigualdades y la erradicación de la pobreza son objetivos vitales que deben complementar el crecimiento económico, no se debe desestimar el PIB como métrica central pues ello implica no ofrecer una ruta clara para elevarlo, lo que configura un riesgo estratégico para la economía mexicana.

Si el país quiere atraer inversión, impulsar empleo productivo y resistir la volatilidad global, debe colocar el crecimiento real al centro de su estrategia y usar el PIB como indicador clave, no como una reliquia del modelo neoliberal, sino como la brújula que permite ver hacia dónde vamos y si los esfuerzos sociales que tanto importan tienen una base económica sólida y sostenible.

Así, el debate no es entre crecimiento o bienestar. Es entre bienestar con crecimiento o bienestar sin crecimiento.

Y en el segundo escenario, los logros sociales corren el riesgo de quedar solo como una pausa virtuosa, y no como el inicio de una trayectoria sostenida de progreso.

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