La paradoja del poder en México es que, cuando la oposición parece más débil, los mayores riesgos vienen de casa.
Y si no lo creen, pregúntenle al PRI, que a partir del proceso que condujo a las elecciones de 1988, empezó a entrar en crisis por sus divisiones internas.
Morena parece vivir hoy ese dilema.
La continuidad de la 4T no está en el presente en manos de un rival externo, sino de la propia capacidad de ese movimiento para procesar conflictos, administrar egos y blindar la narrativa de integridad que la llevó al gobierno.
Hay varios temas que se han convertido ya por lo menos en focos amarillos, con la posibilidad de que pasen a ser focos rojos.
El primero es el caso del huachicol fiscal: una red de contrabando que disfrazó combustibles como aditivos para evadir el IEPS. La investigación alcanzó a mandos de la Marina y reveló operaciones que, según pesquisas periodísticas, acumularon decenas de embarques y beneficios millonarios.
La presidenta ha prometido ir hasta el fondo. El golpe simbólico es duro: si el corazón del Estado participó, la bandera anticorrupción de la 4T enfrenta una prueba severa.
El segundo frente se llama Hernán Bermúdez.
La captura en Paraguay del exsecretario de Seguridad de Tabasco —señalado como líder de La Barredora— rebota en el tablero nacional por sus vínculos con quien fue su jefe, Adán Augusto López, pese a todos los intentos por distanciarse.
No se requieren conclusiones adelantadas para entender el costo político: el caso erosiona la presunción de impermeabilidad del oficialismo y coloca a la presidenta ante una disyuntiva: o respaldar a su liderazgo parlamentario, o marcar distancia con rigor. Ambas rutas dejan heridas.
A la pólvora judicial se suman los tropiezos de imagen.
El senador Gerardo Fernández Noroña, líder del Senado en el primer año de la legislatura, defendió la compra —a crédito— de una casa en Tepoztlán valuada en 12 millones de pesos; legal o no, la escena choca con el discurso de austeridad y alimenta la crítica de doble rasero.
Y Andrés Manuel López Beltrán, dirigente partidista e hijo del expresidente, debió explicar un viaje a Japón “con recursos propios”, mientras notas periodísticas exhibían consumos suntuarios en restaurantes. Estos episodios no cambian la ley, pero sí la percepción.
No se puede olvidar que en la política la percepción es realidad.
El tercer nudo es institucional: la reforma político-electoral que empuja la eliminación de plurinominales y el recorte al financiamiento público.
Puede ser popular en las encuestas, pero dinamita los incentivos de los aliados que dan mayoría calificada: PT y Verde.
Si la ingeniería electoral resta asientos y recursos a sus socios, el bloque oficial corre el riesgo de convertir la agenda presidencial en rehén de sus propios aliados. El costo no está sólo en votos legislativos; está en la confianza recíproca.
Detrás de los reflectores, persisten fricciones entre liderazgos. El historial de choques entre Adán Augusto López y Ricardo Monreal —por recursos del Congreso y control de bancadas— dejó ya la evidencia de que Morena no es un monolito.
Esas tensiones internas, si se reactivan con el caso Bermúdez o con la negociación de la reforma electoral, podrían traducirse en parálisis: no un rompimiento estridente, sino la lenta erosión del mando.
Irónicamente, estas grietas aparecen cuando la popularidad presidencial se mantiene alta. Ese colchón social da margen, pero no inmunidad. La política no perdona la incongruencia sistemática: si el discurso promete “cero impunidad” y “austeridad republicana”, cada excepción duele el doble.
La sociedad puede tolerar errores; no tolera la sensación de impunidad selectiva.
Morena tiene tres urgencias si no quiere que el desgaste interno se vuelva implosión.
Una: método. La resolución de conflictos debe institucionalizarse: reglas claras en bancadas, arbitraje creíble y sanciones a tiempo. El que sea un “movimiento” y no un partido realmente, genera discrecionalidad y ausencia de normas parejas.
Dos: transparencia quirúrgica en casos sensibles (huachicol fiscal, seguridad en Tabasco, patrimonio de figuras visibles): comunicar antes de que el vacío lo llene la sospecha. Hasta ahora, la narrativa se mueve entre la búsqueda de evitar el descrédito y por lo tanto, el respaldo incondicional a los dirigentes cuestionados y la necesidad de investigar a fondo.
Tres: realismo legislativo. Si la reforma electoral amenaza a los socios, el costo hay que pagarlo con concesiones explícitas o con una ruta alternativa. No hay magia en la política.
La pobreza estratégica de la oposición agrava la tentación del exceso: cuando no hay contrapeso externo, el verdadero contrapeso debe ser interno.
Si Morena asume esa disciplina, podrá encarar los expedientes espinosos sin desfondarse.
Si no, la 4T corre el riesgo de tropezar con su propia sombra. Hoy, la principal amenaza para Morena no es la oposición: es Morena.