Eduardo Guerrero Gutiérrez

El mayor error de AMLO

Un gobierno juicioso y honorable no busca aplastar a los críticos, pues entiende que desempeñan una función importante.

Eduardo Guerrero Gutiérrez

Hoy voy a dejar de lado el tema habitual de esta columna. Por si el título despertó su curiosidad, no creo que el mayor error del Presidente tenga que ver con la inseguridad. Tampoco voy a hablar de aeropuertos, de trenes o de refinerías (o al menos no directamente). En mi opinión, el principal error de AMLO, el que le va a salir más caro en el largo plazo, radica en algo más sutil, pero también más profundo, que permea todos los ámbitos de actividad del gobierno. El Presidente no ha querido llevar la fiesta en paz ni con los académicos, ni con las organizaciones de la sociedad civil, ni siquiera con los expertos dentro de la administración pública. No sólo eso, deliberadamente ha buscado iniciar pleitos con prácticamente toda la intelligentsia mexicana.

Este tema viene a cuento a raíz del inusual artículo sobre el embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar, que el miércoles pasado apareció en la primera plana del New York Times. El texto, firmado por Natalie Kitroeff y Maria Abi-Habib, fue escrito a partir de una serie de filtraciones y entrevistas, tanto con el embajador como con otros funcionarios y expertos en las relaciones México-Estados Unidos. Lo inusual es la conclusión que esbozan las autoras: Salazar se ha esmerado tanto en mantener una relación cercana con el gobierno de AMLO, que en los hechos ha dejado de servir los intereses de su propio gobierno.

Es debatible si la cercanía entre Ken Salazar y Palacio Nacional perjudica o beneficia los intereses estadounidenses. Sin embargo, queda claro que la estrategia del embajador es hacer todo cuanto esté a su alcance para complacer a López Obrador. Desafortunadamente, en ese afán por quedar bien, Salazar también ha hecho suyos los pleitos del Presidente contra personas y organizaciones que buscan ser contrapeso o que son críticas de la 4T (como es, en cierta medida, su deber), aunque lo hagan con completa seriedad y profesionalismo.

En este sentido, me resultó particularmente penoso enterarme de que Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) –y su presidenta ejecutiva, María Amparo Casar– ha sido el blanco de cuestionamientos. MCCI, que es receptora de recursos del gobierno estadounidense, es una de las contadas organizaciones mexicanas que puede ser considerada como un verdadero think tank. Dicho sea de paso, MCCI ha estado involucrada en las investigaciones más relevantes sobre casos de corrupción, tanto en este gobierno como en el anterior (de forma destacada, en aquélla que permitió revelar la ‘estafa maestra’ del gobierno de Peña Nieto). Por su parte, María Amparo Casar es una académica de primer nivel, que con justa razón se ha consolidado como una de las comentaristas políticas más respetadas del país, y que siempre ha desempeñado ese papel con mesura y con responsabilidad.

Por lo que se señala en el texto del New York Times, el trato que recibió María Amparo Casar cuando acudió a una reunión con el embajador Ken Salazar fue injusto, y rayó en lo grosero. Durante la reunión, Salazar, haciendo eco a las acusaciones de AMLO, interrogó a Casar sobre si MCCI participa en secreto en actividades políticas. Casar hizo notar al embajador que MCCI ha sido auditada en repetidas ocasiones. Aun así, Salazar no pareció satisfecho. “¿Por qué debería creerte?”, fue la pregunta que hizo a Casar antes de terminar de forma abrupta la reunión. Se trata de una pregunta completamente fuera de lugar, pues la carga de la prueba tendría que estar del lado de quienes acusan a MCCI de participar en secreto en actividades políticas.

La falta de tacto del embajador con MCCI y con otras organizaciones e instituciones mexicanas (entre las que está también el Instituto Nacional Electoral) probablemente quede en una mera anécdota. No parece que los funcionarios responsables en Washington tengan la intención de interrumpir el financiamiento que recibe MCCI. Tristemente no podemos decir lo mismo del maltrato cotidiano que AMLO da a todas las voces críticas. Los académicos y los ‘oenegeros’ no tienen mucho rating. Tal vez sea por eso que resulten prescindibles dentro del cálculo político del Presidente. Sin embargo, un gobierno juicioso y honorable no busca aplastar a los críticos, pues entiende que desempeñan una función importante: como no son focas aplaudidoras, su voz contribuye a evitar que se cometan muchos otros errores, pequeños y grandes, desde malas decisiones en materia de seguridad hasta frentes que no van a ninguna parte.

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