Eduardo Guerrero Gutierrez

La seguridad con AMLO: balance preelectoral

El balance del primer tercio del sexenio de AMLO en materia de seguridad es de fracaso, dice Eduardo Guerrero Gutiérrez.

AMLO ha dicho varias veces que con su gobierno se acabó el “mátalos en caliente” (como mucho de lo que dice el Presidente, la frase tiene resonancia histórica, pues se atribuye a Porfirio Díaz). ¿Pero se acabó de verdad el “mátalos en caliente”? No del todo. Sin embargo, hay indicios de una disminución en las ejecuciones extrajudiciales, que se volvieron recurrentes desde que inició la guerra contra el narco. Del total de masacres que se registraron en 2018 en México, la fuerza pública participó en 15.5 por ciento. A pesar de la creación de la Guardia Nacional, y de la supuesta militarización de la seguridad que ésta implicó, para 2019 este porcentaje disminuyó a 13.8 por ciento, y para 2020 a 11.5 por ciento. El Presidente exagera cuando repite, como tanto le gusta, que se acabó el “mátalos en caliente”. Sin embargo, no miente del todo. Le podemos conceder que su gobierno ha realizado un esfuerzo sincero para limitar la represión.

En un texto, publicado en la edición de este mes de la revista Nexos (con el título ‘Las consecuencias del repliegue’), exploro los datos que avalan o refutan algunas de las frases emblemáticas con las que AMLO y sus colaboradores han intentado construir la narrativa de su gobierno en materia de seguridad. Esta narrativa es un pilar del proyecto político de AMLO y su equipo. El Presidente no ha dejado de machacar en las mañaneras frases como “mátalos en caliente” y “abrazos, no balazos” (para decir que se terminará el exterminio a manos del Estado); o “pueblo uniformado” (para intentar generar empatía hacia las Fuerzas Armadas). De cara a las elecciones intermedias resulta central evaluar qué tanto de verdad hay detrás de este discurso.

Desafortunadamente, la conclusión de mi análisis es que, fuera de la disminución en el uso de la represión, la promesa de pacificación que se ofreció en el discurso se quedó en eso, en una simple promesa. En 2020 el crimen organizado generó un número récord de víctimas letales: 24 mil 807, cifra 11 por ciento mayor a la registrada en 2018. Al menos en parte, este aumento es resultado del repliegue del gobierno. Gradualmente, el CJNG y otras organizaciones han aprovechado la menor agresividad de la fuerza pública para incursionar en nuevas plazas y exterminar a sus rivales. Sólo en el cuarto trimestre de 2020 hubo 37 enfrentamientos armados entre grupos criminales, la cifra más alta en varios años.

Uno de los giros más trágicos en los dos años pasados ha sido que, cada vez con mayor frecuencia, los grupos armados que operan en el país han optado por atacar a parejas y a familias enteras. También han surgido estrategias de reclutamiento criminal dirigidas a mujeres, como la creación de supuestos grupos de autodefensa femeniles.

Lo anterior ha dado lugar a un espectacular crecimiento del número de mujeres asesinadas. De acuerdo con Lantia Intelligence, en 2018 el crimen organizado asesinó a mil 361 mujeres. Para 2020, esta cifra aumentó a mil 891, un aumento cercano a 40 por ciento. Este fenómeno se cruza con la falta de sensibilidad del gobierno para atender la creciente demanda social de combatir de forma eficaz la violencia de género. La realidad contradice a tal grado el discurso oficial en la materia que el movimiento feminista es tal vez el único actor que ha logrado imponer una agenda pública contraria a la que se dicta cada mañana desde Palacio Nacional.

Como describo con más detalle en mi artículo publicado en Nexos, el discurso oficial tampoco se sostiene en otros puntos clave. El huachicol no se erradicó, como se dice con triunfalismo desde 2019. La Guardia Nacional tampoco se ha ganado la confianza y el respeto irrestricto de la población (de hecho, en los últimos meses se han multiplicado por todo el país los reclamos de que los elementos que patrullan las carreteras siguen extorsionando de forma rapaz a los transportistas). Aunque hay matices, el balance del primer tercio del sexenio de AMLO en materia de seguridad es de fracaso.

La estrategia de menor confrontación a los criminales no ha dado como resultado una auténtica pacificación del país. Lo que hemos visto no ha pasado de ser un mero repliegue. Con este repliegue ciertamente se han atenuado algunas de las consecuencias más nefastas de la guerra (como las matanzas que ocurrieron en años previos en Tlatlaya o en Tanhuato). Sin embargo, poco más se ha logrado. La política de seguridad de la 4T se ha limitado a crear vacíos, que tarde o temprano terminan por ser ocupados por el crimen organizado.

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