Edna Jaime

Juntos hasta la luna

Toda hazaña requiere de gobiernos competentes y de políticos con las capacidades de convocar tras una misión. Sin ello, no llegaremos a desarrollar algo de nuestro potencial.

Llevo varios días escuchando lo que el país podría ser. El enorme potencial que contenemos. Pero no, no son días, sino décadas escuchando lo que el país puede llegar a ser y esa tierra prometida no llega.

A lo largo de mi trayectoria profesional he tenido la oportunidad de participar en estudios que se han propuesto analizar futuros posibles. Y de los distintos escenarios, nos hemos quedado con los mediocres, los comme ci, comme ça. Con bastantes años de anticipación colaboré con un equipo en CIDAC para analizar cómo se vería el 2025 bajo distintas circunstancias. Algunas inscritas en el campo de lo impredecible y fuera de nuestro control, y otras que podían configurarse y trabajarse, desde el ámbito de la política pública. Pasaron algunos años y cambiamos el derrotero al 2030. Este sería el punto de referencia para el trabajo que debía comenzar en el momento mismo en que éste fuera concluido.

Hubo muy buenas intenciones en aquellos ejercicios. Y si bien no se plantearon escenarios como los que vivimos, se anticipaban tensiones, si algunos temas profundos de nuestra economía y política no se reformaban. Debo admitir que en aquellos años había una fe desmedida en ciertos preceptos económicos, que si bien muy válidos, tenían que ser complejizados. Me refiero a introducir variables políticas, de capacidad institucional, de estructura del Estado, al modelo que se quería instaurar, que depositaba su fe en “los mercados”. Porque al querer hacer mínima la intervención del Estado, lo dejamos al margen del análisis, de las reformas, y así nos ha ido. Tenemos gobiernos disfuncionales, instituciones débiles, política pública hecha en las rodillas porque no capturamos en su justa medida la importancia de tener gobiernos superprofesionales. Instituciones gubernamentales capaces de interactuar con las privadas en la construcción de proyectos compartidos.

Hago esta reflexión, porque hace unos días escuché a Mariana Mazzucato. Ella es una economista italoestadouniense que preside el Instituto para la Innovación y el Propósito Público en el University College en Londres. En el marco del 80 aniversario del Tec de Monterrey y de los 20 de su Escuela de Gobierno y Transformación Pública, fue invitada a dar una plática magistral y a interactuar con nuestros alumnos. Su argumento fuerza, es que el Estado no está para corregir fallas de mercado, sino para mucho más. Tiene la capacidad de crearlos, moldearlos y, con su intervención, generar innovación. Da ejemplos elocuentes de cómo los avances tecnológicos recientes, el éxito de las empresas en el sector, tienen un soporte que surge de lo público. Como en el conocimiento que se genera en las universidades fondeadas con recursos gubernamentales, o la reserva de talento en centros académicos que muchas veces se sostienen por programas de becas con financiamiento público. Los factores de cambio van madurando en distintos espacios para encontrar la chispa que los encienda. Por más geniales que sean los rockstars de la innovación, no surgieron ellos y sus inventos de la nada.

Por eso, Mariana Mazzucato argumenta a favor de la interacción continua entre lo público y lo privado, no en las modalidades rentistas que tan bien conocemos, sino de relaciones complementarias, en esquemas de medias naranjas que juntas producen un jugo deseado. Y estas partes se reúnen de manera óptima cuando existe una misión. Este es el complemento del argumento de esta economista. Misiones que nos muevan, nos articulen y nos permitan ampliar la frontera de nuestras posibilidades. Ella pone como ejemplo la misión a la Luna. Se habla de “la Misión” a la Luna. La carga del término supera a la del objetivo, la meta. La misión a la Luna, dice Mariana Mazzucato, permitió movilizar recursos de todo tipo, atraer talento, juntar lo que parecía improbable para lograr la hazaña.

Al escucharla me surgieron dudas sobre cómo podrían aterrizarse las ideas que planteaba, si su factibilidad era posible, etc., etc. Pensé en paralelo en nuestras pequeñas o grandes hazañas. Las grandes misiones a las que nos hemos acometido. Y pude nombrar algunas. Elecciones competidas, instituciones autónomas, por ejemplo. También pensé en aquellas que no se ven tan grandes en el panorama nacional, pero que son victorias enormes como la pacificación en algunas regiones del país, después de picos de violencia que parecían indomables. Y constatar que hay misiones imposibles que se conquistan.

Piense estimada lectora, lector, en alguna hazaña que le conmueva. Nunca es un actor respondiendo solo. Es la sociedad con el gobierno, el gobierno con empresarios, todos juntos…

Esta es la gobernanza que debemos construir. No estaba prevista en los modelos económicos de los ochenta o noventa, pero que Mazzucato recupera, articula y presenta.

Toda hazaña requiere de gobiernos competentes y de políticos con las capacidades de convocar tras una misión. Sin ello, no llegaremos a la Luna ni tampoco a desarrollar algo de nuestro potencial.

La autora es decana de la Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno del Tecnológico de Monterrey.

COLUMNAS ANTERIORES

Nuestros legisladores, como ‘fans’
No se puede chiflar y comer pinole al mismo tiempo

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.