Edna Jaime

Si nos hubieran invitado a debatir…

En el proceso de aprobación de las casi 20 iniciativas de ley, faltó discusión. O sea, faltó justo el elemento que es consustancial al trabajo legislativo.

Instituciones como México Evalúa están hechas justo para entregar ideas a la deliberación pública. La concepción de ideas debería considerarse como una actividad de alto valor. A fin de cuentas éstas mueven al mundo.

En el proceso de aprobación de las casi 20 iniciativas de ley, durante lo que hoy se conoce como ‘viernes negro’, faltó discusión. O sea, faltó justo el elemento que es consustancial al trabajo legislativo. Lo que los legisladores deberían cultivar es el talante de la representación y la capacidad de deliberación. De hecho, los recintos en su aspecto físico están (o deberían estar) diseñados con ese propósito: una tribuna en la que se exponen planteamientos y, de frente, un lugar desde el que se escucha, se delibera, se apoya o se repudia. Esa deliberación siempre es acalorada en contextos de pluralidad, como el que inauguramos en 1997 cuando el PRI perdió su mayoría aplastante. A partir de allí la pluralidad quiso nacer, pero se vio siempre sometida a la lógica de las mayorías y la eterna tendencia a la imposición. La pluralidad no puede ser plena cuando las dirigencias de los partidos tienen todo el poder; cuando disciplinan a base de premios o castigos respecto a futuros cargos, cuando se compran voluntades.

En el fondo, la deliberación asusta a nuestros políticos, acostumbrados a la unanimidad y a la disciplina vertical. Esa verticalidad hizo gala ese viernes, que pasará a la historia como la marca de un abuso sin precedentes, como el espectáculo de una mayoría que pasó por encima de las reglas a las que está obligada a acatar en un proceso legislativo que deriva en decisiones con plena legalidad. El pasado, que en algunas prácticas era grotesco, queda como juego de niños frente a este intento de restauración de poder unipersonal.

En México Evalúa tenemos opinión sobre distintas iniciativas aprobadas. El tema de salud ha sido materia de nuestro análisis desde hace tiempo. Lo hemos seguido desde la vertiente presupuestaria, porque es desde esta colina que se observan las prioridades y cambios en la política pública. En el seguimiento mensual, ahora trimestral, de los principales indicadores de finanzas públicas que hacemos con los Números de Erario, identificamos desde temprano los quiebres en materia de salud. Porque desde la posición gubernamental se planteó una modificación al modelo, y lo que realmente hemos visto es una ruptura con el modelo, sin idear algo útil que lo sustituya.

Si nos hubieran invitado a debatir hubiéramos planteado estos argumentos...

En esta administración la brecha en la atención a la salud entre población asegurada y población abierta se ha ampliado. Lo que esto quiere decir es que un número cada vez mayor de mexicanos se está quedando a la intemperie. Y una desigualdad elemental nace en este acceso diferenciando al derecho a la salud.

El Seguro Popular planteaba ofrecer servicios de salud a la población no asegurada, protección que incluía la cobertura de gastos catastróficos, enfermedades realmente complicadas y caras en su atención. Nunca antes el Estado mexicano se había comprometido con la salud como lo hizo el entonces presidente Vicente Fox, que le dio banderazo de salida al sistema. Alguien o algunos lo convencieron de que esta iniciativa tendría un gran potencial de transformación (de la buena). No sé si el entonces presidente miró el proyecto con un lente político, pero ciertamente lo vio con un lente de Estado.

El Seguro Popular tenía fallas al por mayor, claro está. Nosotros mismos las señalamos. Pero logró lo que nunca antes: construir un fondo para cubrir gastos catastróficos con reglas de gobernanza muy pertinentes para población abierta. Hay un dicho: éramos felices y no lo sabíamos; no sé si lo llevaría tan lejos, pero aquello era mucho mejor a lo que tenemos hoy. Aquel fondo tenía reglas para recibir a nuevos pacientes, cálculos actuariales que permitían definir el costo de cubrir el padecimiento por persona, y generar la reserva para asegurar la atención a lo largo del tiempo. Un seguro que pretendía atender a los pobres. Así como el que tenemos algunos de nosotros para cubrir las eventualidades en nuestra salud. Nada más humano, nada más necesario.

Si nos hubieran invitado a deliberar, querido lector, hubiéramos puesto sobre la mesa el hecho de que los pobres con enfermedades catastróficas ya no están cubiertos. Hoy tienen que poner todo su ingreso o una buena proporción de él para la atención de un familiar enfermo. Y no hay nada más empobrecedor que una familia que destina sus recursos a la atención de enfermedades graves. Como parte de este colectivo que es México, no encuentro razón más potente para contribuir. Si el peso que pongo al erario es para la salud de todos, me sentiría más que recompensada, contribuyendo en serio. Eso hubiera dicho a los legisladores. El acceso a servicios de salud es un componente para reconstruir nuestro contrato social.

Pero no nos invitaron a debatir. Los legisladores de Morena se impusieron a la mala, en su borrachera mayoritaria. Las borracheras son pasajeras, querido lector. Luego viene la cruda, cuando uno se arrepiente. La borrachera de poder es pasajera, por unas horas uno se siente en el nirvana, porque tiene el beneplácito del jefe. Pero cuando todo pasa viene el juicio del ciudadano, el que nunca, NUNCA, hay que subestimar.

La autora es directora de México Evalúa.

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