Hace unas semanas, en un fallo judicial histórico, el expresidente Jair Bolsonaro fue condenado a 27 años y tres meses de cárcel por su participación en la trama criminal de un fracasado golpe de Estado. La acusación reveló que los conspiradores planearon incluso asesinar, por envenenamiento, al presidente Lula da Silva tras su victoria electoral en 2022.
Como continuación de esa historia, el pasado lunes 22, el fiscal general de la nación sudamericana acusó a Eduardo Bolsonaro, hijo del expresidente y diputado, de interferir en el juicio contra su padre mediante maniobras para que Estados Unidos impusiera sanciones en contra de su propio país.
Según la fiscalía, Eduardo Bolsonaro buscó “subordinar los intereses de Brasil y de toda la sociedad a su propia agenda personal y familiar”.
El hijo del expresidente brasileño se refugia en EU desde marzo pasado, y desde ahí se ha atribuido el logro de que el gobierno de Donald Trump impusiera aranceles de 50% a la mayor parte de los productos brasileños. Más recientemente, ha pretendido colgarse la medalla de las sanciones que el gobierno estadounidense ha impuesto a los jueces del Tribunal Supremo que condenaron a Bolsonaro y a sus familias.
En Argentina, tras el desastre económico de su gestión, salpicada con graves acusaciones de corrupción de su círculo íntimo, Javier Milei ha corrido a EU en busca de la salvación: otro préstamo para un país largamente golpeado precisamente por la deuda externa.
En México no estamos a salvo de los cipayos (en referencia a los soldados hindúes que servían al imperio británico), como llaman en el cono sur a los políticos que buscan el cobijo estadounidense. Más de un vocero de la derecha ha sugerido que el vecino del norte debe intervenir en asuntos que sólo corresponde resolver a las y los mexicanos.
Un destacado intelectual que añora los tiempos en que recibía jugosos contratos gubernamentales admite que a Donald Trump no le interesa la democracia en América Latina. Pero aun así sostiene que EU debe encabezar “la liberación del pueblo venezolano”, lo que en buen castellano sólo significa pedir una intervención militar a una nación hermana.
Mientras la derecha y la ultraderecha vernáculas ponen sus esperanzas en EU y su presidente, Donald Trump, aprieta tuercas y demuele la democracia estadounidense que durante décadas ha sido “ejemplar” para muchos despistados.
Trump es su héroe y sus ocurrencias, órdenes.
Hace tres años, lo vitorearon en la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) que se llevó a cabo en México, convocada por el actor de telenovelas Eduardo Verástegui.
Entonces (noviembre de 2022) fue la estrella vía un mensaje grabado que ovacionaron los asistentes: “Necesitamos detener la propagación del socialismo y no dejar que continúe corriéndonos de nuestra región o de nuestras tierras…”
No se precisa rascar demasiado para encontrar las similitudes con el discurso de un multimillonario mexicano de espíritu evasor que ahora juega a ser líder de la oposición.
En aquella reunión de la CPAC también fueron estrellas menores Javier Milei y Eduardo Bolsonaro, quien está de nuevo invitado por Verástegui a la conferencia que se celebrará el próximo noviembre.
Es seguro que Trump sea, nuevamente a distancia, el orador principal de dicho encuentro de la ultraderecha. Y que repetirá la retórica bravucona y mentirosa de su más reciente discurso en la ONU, lleno de elogios para sí mismo.
Además de ofender al mundo entero, Trump aseguró que su país está viviendo una época dorada, aunque los medios estadounidenses más bien hablan de estancamiento y ofrecen datos sobre el incremento del desempleo y de la inflación.
“Trump nos hizo pagar precios más altos por el café y la carne para apoyar a un golpista convicto en Brasil. Ahora quiere que los contribuyentes estadounidenses rescaten a su amigo Milei en Argentina. Trump debería dejar de aumentar los precios para los estadounidenses y de regalar nuestro dinero a sus amigos corruptos”, resumió la senadora estadounidense Elizabeth Warren.
“Nuestra democracia y nuestra soberanía son innegociables”, le respondió el presidente Lula, en el mismo tono que ha empleado nuestra presidenta Claudia Sheinbaum.