Rotoscopio

‘Good Time’ y su memorable noche neoyorquina

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No se me ocurre otra película estrenada el año pasado que empiece con una secuencia más estática que Good Time, dirigida por los hermanos Benny y Josh Safdie. Nick (el propio Benny Safdie), un chico sordo, probablemente con un ligero retraso mental, intenta responder un cuestionario de un doctor, hasta que su hermano Connie (Robert Pattinson) irrumpe en la oficina para llevárselo. La conversación está filmada básicamente en dos planos, que nunca se mueven. Parece casi deliberadamente tiesa, como un mal ejercicio estudiantil. Pronto entenderemos que esa parquedad es la calma antes de la tormenta, el agua quieta en una olla sobre el fuego. Connie quiere que su hermano lo acompañe a robar un banco. El atraco, por supuesto, saldrá mal. De
ahí se desprenderá una noche cuyo frenesí e intensidad no se quedan cortos frente al delirio de After Hours de Martin Scorsese.

Good Time es el opuesto de esa primera secuencia: una película en perpetuo movimiento, llena de claroscuros violentos y ambientes de pesadilla. Hace años que la noche neoyorquina no tenía un retrato así de coherente y peculiar. En busca de dinero para pagar la fianza de su hermano, Connie rebota de lado a lado del Nueva York más
lejano a Manhattan, donde no hay rascacielos, glamur o un atisbo de opulencia. Es el lado oscuro de la ciudad, pero un lado oscuro que vibra, que palpita, cuya amenaza es siempre auténtica: hogares miserables donde ofrecen Oxycontin en vez de aspirinas, hospitales y parques de diversiones desolados, grises multifamiliares. 

El Scorsese que filmó la deriva de Travis Bickle, odiando el mundo detrás del volante de su taxi, también admiraría la aventura de Connie, un personajazo que le da a Robert Pattinson su mejor papel y la prueba de que el galán de Twilight sabe apoderarse de la cámara y no soltar nuestra atención. A diferencia de Bickle, sin embargo, Connie en ningún momento se explica a sí mismo y lo poco que sabemos de él es a través de terceros. A lo largo de la película es él quien pregunta, quien calla y escucha. Y, sin embargo, no necesitamos oírlo para entenderlo. Sus acciones hablan por sí solas: amoral, astuto, malicioso, siempre con un as bajo la manga, Connie es un antihéroe fascinante.

Pese a su dinamismo, Good Time tiene un ritmo demasiado febril para ser una película de veras redonda. Apenas hallan una veta rica –ya sea un sitio, una circunstancia o un problema al que Connie se enfrenta–, los Safdie la abandonan para que la narrativa vuelva a moverse (con excepción de un engorroso flashback narrado por un personaje secundario). Al final, las peripecias son tantas y tan variadas que no
dejan espacio para nada más que para eso: peripecias. Los Safdie saben hacer que una cinta de veras avance. Para la próxima quizá sepan hacia dónde quieren llevarla antes de arrancar.

Twitter: @dkrauze156

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