Colaborador Invitado

Reimaginar la educación en la era de la IA

El peligro no está en la tecnología, sino en renunciar a la responsabilidad de decidir cómo usarla.

La semana pasada Londres fue sede de la conferencia anual QS Reimagine Education, quizá el encuentro educativo más relevante a nivel global. Esta conferencia reúne a las principales universidades y centros educativos, pero también a startups, empresas y expertos de todos los continentes. Lo que ahí se discute moldea buena parte de la conversación global sobre el futuro de la educación superior. Asistir es asomarse a las preocupaciones, tendencias e interrogantes que comparte el sector educativo. Como era de esperarse, la protagonista absoluta fue la inteligencia artificial.

En la mayoría de las charlas, keynotes, paneles y proyectos se repitió un guion parecido: cómo va a transformar la IA los procesos de enseñanza, qué cambiará en la manera de evaluar, de aprender, de enseñar, de investigar. No había sala donde no aparecieran términos como automatización, personalización, herramientas generativas o nuevas competencias digitales. La IA se ha convertido, de manera acelerada, en el punto de inflexión que obliga a repensarlo todo. Pero esa presencia tecnológica ha generado, a la vez, un ambiente donde muchos temen que la esencia de la educación se diluya entre algoritmos y predicciones.

Para hacer sentido de este momento conviene volver a la filosofía antigua. En la primera línea de la Metafísica, Aristóteles nos habla del deseo natural por el saber de los hombres. La búsqueda del conocimiento es un impulso humano primario, tan esencial como es comer o relacionarse. Ese deseo es lo que ha permitido que la humanidad construya ciencia, lenguaje, arte y sociedad. Quizá ahí está el punto que se olvida en algunos debates apresurados sobre la IA no solo en el sector educativo, si no en muchos otros ámbitos. Ninguna tecnología, por avanzada que sea, puede sustituir la pulsión interna por entender el mundo.

La inteligencia artificial es, en el fondo, una más de las herramientas con las que saciamos el deseo innato de saber del que hablaba Aristóteles, pero no es un reemplazo de la reflexión crítica. El entusiasmo por la IA no debe hacernos olvidar tampoco que, como toda tecnología, esta es una extensión de las pulsiones humanas y puede fácilmente llevar a la alienación. Cuando nuestros ancestros descubrieron el fuego, lo celebraron por su capacidad de cocinar, proteger e iluminar, no por su potencial destructor. La imprenta difundió conocimiento y alfabetización, pero también propaganda. El Internet conectó al mundo, pero también abrió la puerta a la desinformación. El valor moral no reside en la herramienta, sino en las decisiones humanas que se toman alrededor de ella.

La IA no es distinta. No es inherentemente negativa ni intrínsecamente salvadora. Es una fuerza potente que requiere criterio, ética y propósito. En la educación, el desafío es doble: cómo integrar estas herramientas sin sustituir los procesos formativos que realmente importan y cómo garantizar que potencien el aprendizaje en lugar de empobrecerlo. El peligro no está en la tecnología, sino en renunciar a la responsabilidad de decidir cómo usarla.

Por eso, cuando en Londres se hablaba de automatización o de asistentes cognitivos capaces de personalizar tareas, lo relevante no era la herramienta en sí, sino el horizonte que abre. El uso racional de la IA puede liberar tiempo tanto para profesores como para estudiantes, automatizando tareas repetitivas que poco aportan al aprendizaje profundo. Puede optimizar procesos administrativos que consumen recursos excesivos en universidades saturadas. Puede ayudar a diagnosticar dificultades de aprendizaje de manera temprana. Puede ofrecer retroalimentación inmediata, enriquecer la creatividad y ampliar horizontes de investigación.

Todo esto, siempre y cuando no se convierta en un sustituto del pensamiento crítico, del diálogo y de la formación humana. La IA debe ser un medio, no un fin; un apoyo, no un reemplazo. Finalmente, la educación sigue siendo un encuentro humano que ninguna tecnología puede suplantar.

Reimaginar la educación en la era de la IA significa asumir que la tecnología puede transformar las aulas, pero no el sentido profundo de aprender. La educación del futuro será tecnológica, pero solo será verdaderamente humana si recuerda, como Aristóteles, que el impulso que genera el conocimiento sigue naciendo de las personas, no de las máquinas.

Santiago Sierra

Santiago Sierra

Director asociado de IE School of Politics, Economics & Global Affairs

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