Experto en desarrollo económico fronterizo y líder binacional.
El comercio entre Texas y México constituye hoy el motor estratégico de la economía norteamericana. Cada día cruzan la frontera bienes por más de mil millones de dólares, consolidando a México como el principal socio comercial de Estados Unidos y a Texas como su plataforma logística más crítica. Solo Laredo canaliza más de 800 mil millones de dólares anuales en intercambio—superando a cualquier otro puerto de entrada en el país, ya sea terrestre, marítimo o aéreo.
Con el auge del nearshoring y la reconfiguración de las cadenas globales de suministro fuera de Asia, el corredor Texas–México se ha convertido en la primera línea de competitividad y resiliencia de Norteamérica. Más aún, México ya ha superado a China como principal proveedor de bienes a EU, un punto de inflexión que subraya la urgencia de invertir en infraestructura transfronteriza de clase mundial. Sin embargo, nuestra infraestructura está llegando a un punto crítico de saturación. A menos que ambos países actúen con visión estratégica y decisión política para modernizar los corredores comerciales, corremos el riesgo de erosionar las ventajas que han convertido a esta relación en uno de los activos más valiosos de la región.
Quien haya transportado carga por Laredo, El Paso, Pharr o Brownsville conoce las largas filas de camiones y los retrasos crónicos que generan sobrecostos y afectan la eficiencia de las cadenas de valor. Ante esta realidad, la respuesta debe ser inequívoca: la ampliación de puentes, la construcción de nuevos cruces, la operación aduanera continua (24/7) y la digitalización integral de procesos para garantizar un flujo dinámico y competitivo de mercancías. De la misma manera, resulta evidente que los corredores ferroviarios y logísticos deben fortalecerse. El nuevo corredor de Canadian Pacific Kansas City Southern, que integra Monterrey con Laredo, Houston y el Medio Oeste estadounidense, anticipa el futuro del comercio regional. El tren ofrece economías de escala, menor huella ambiental y mayor confiabilidad. Para capitalizar su potencial, México debe expandir sus terminales intermodales en Monterrey, Saltillo y Nuevo Laredo, mientras Texas optimiza la conectividad de último tramo. Así se consolidarán clústeres clave como el automotriz, agroindustrial y manufacturero avanzado.
A la par, la integración energética se vuelve indispensable. Texas funge como el socio energético esencial de México, con gasoductos transfronterizos que abastecen el gas natural que impulsa la industria y la generación eléctrica, mientras puertos como Corpus Christi y Brownsville consolidan a la región como plataforma de exportación de GNL y crudo. Invertir en gasoductos modernos, terminales de GNL y redes eléctricas interconectadas es sinónimo de seguridad energética, estabilidad de costos y competitividad regional. Asímismo, más allá de los cruces terrestres, puertos texanos como Houston, Corpus Christi y
Brownsville son nodos esenciales del comercio global. México avanza en la expansión de Veracruz, Altamira y Manzanillo, pero el verdadero valor se materializará solo mediante una integración logística binacional que permita capitalizar los flujos de mercancías desde Asia, Europa y América Latina hacia y desde Norteamérica.
No obstante, ninguna estrategia será efectiva si no se atiende la seguridad y confiabilidad de las rutas. Las carreteras en Tamaulipas y Nuevo León continúan expuestas al robo de carga y al crimen organizado, lo cual exige mecanismos conjuntos de seguridad y gestión de riesgos. La confianza en la cadena logística es tan determinante como la infraestructura física misma. En este contexto, el costo de no actuar sería considerable. Más de un millón de empleos en Texas dependen directamente del comercio con México, mientras miles de empresas mexicanas utilizan los cruces texanos como su puerta de acceso a consumidores estadounidenses y mercados globales. Cada cuello de botella implica mayores costos operativos, pérdida de eficiencia y reducción de competitividad, justo cuando México tiene la oportunidad histórica de consolidarse como hub estratégico de las cadenas de suministro de Norteamérica.
En definitiva, las soluciones están identificadas: fondos bilaterales de infraestructura, asociaciones público–privadas, modernización aduanera digital y cooperación en seguridad. Lo que se requiere ahora es voluntad política, coordinación público–privada y sentido de urgencia. El comercio Texas–México no es simplemente un intercambio regional: es la arteria vital del crecimiento norteamericano. Si la fortalecemos, ambas naciones consolidarán su liderazgo económico. Si la dejamos colapsar bajo presión, desperdiciaremos una de las ventajas estratégicas más relevantes de nuestra era. La decisión está en nuestras manos, y el momento de actuar es ahora.