Colaborador Invitado

Geopolítica sustentable: el nuevo tablero del poder mundial

México puede ser un actor estratégico, por su posición geográfica y su potencial, en el escenario de políticas sustentables.

Óscar Rébora / Secretario de Ecología y Medio Ambiente de Quintana Roo

La política internacional ya no se juega solo en los pasillos diplomáticos ni en las mesas de negociación comercial. Hoy, el gran tablero de poder se mueve alrededor de la sustentabilidad. Energías limpias, acceso al agua, minerales estratégicos y compromisos climáticos se han convertido en piezas centrales de la geopolítica.

Mientras Europa acelera su transición energética, Estados Unidos destina miles de millones de dólares al desarrollo de nuevas tecnologías y China asegura su control sobre litio y tierras raras, Latinoamérica enfrenta un dilema: ¿ser simple proveedor de recursos o convertirse en protagonista de la nueva economía sustentable?

México tiene en sus manos una oportunidad y un reto. De acuerdo con el US Geological Survey, el país cuenta con 1.7 millones de toneladas de litio distribuidas en 82 yacimientos en 18 estados. Un recurso al que muchos llaman el “oro blanco” y que será clave en la fabricación de baterías para autos eléctricos. Sin embargo, la mayoría de los depósitos se encuentra en arcillas, cuya extracción es costosa y compleja. En 2022, el gobierno nacionalizó la exploración y explotación de litio para reservarla al Estado. Con ello buscó asegurar soberanía, pero también sembró incertidumbre en los mercados. Sin un marco regulatorio claro y sin inversión tecnológica, este recurso corre el riesgo de quedarse como promesa en lugar de motor de desarrollo.

El agua representa otro frente geopolítico. Hoy, 703 millones de personas en el mundo no tienen acceso a agua potable y más de 2 mil millones carecen de servicios seguros, según Naciones Unidas. Para 2025, 1,800 millones de personas vivirán en regiones con escasez absoluta. En México, las sequías de Monterrey encendieron las alarmas y dejaron claro que ni siquiera las grandes urbes están exentas. El turismo, uno de los principales motores económicos, depende directamente de la disponibilidad de agua limpia; la agricultura, que consume más del 70% del recurso, enfrenta cada vez más restricciones. El World Resources Institute advierte que para 2050, el 31% del PIB mundial unos 70 billones de dólares estará expuesto a estrés hídrico elevado.

La disputa por minerales estratégicos y recursos naturales redefine alianzas. Estados Unidos y Europa buscan proveedores confiables que cumplan con estándares ambientales; China asegura cadenas de suministro a cualquier costo; y países africanos y latinoamericanos se ven presionados a elegir entre extraer rápidamente sus recursos o establecer reglas que equilibren desarrollo económico y protección ambiental.

Para México, la disyuntiva es clara: puede convertirse en actor estratégico si aprovecha su posición geográfica, su potencial renovable y su riqueza en biodiversidad, o puede quedar rezagado, atrapado entre las potencias y vulnerable a la explotación de sus propios recursos. El futuro dependerá de tres factores: certeza regulatoria, innovación tecnológica y capacidad para proteger sus ecosistemas.

La sustentabilidad ya no es un discurso opcional, es una condición para atraer inversiones, sostener industrias y garantizar estabilidad social. En un mundo cada vez más tensionado por la escasez y el cambio climático, el verdadero poder estará en quienes logren equilibrar crecimiento con responsabilidad.

México está en el punto de quiebre: o apuesta por un modelo que integre soberanía de recursos, alianzas inteligentes y visión de largo plazo, o se arriesga a quedarse como un jugador secundario en la geopolítica del siglo XXI.

Porque, en este tablero global, no gana quien tiene más reservas, sino quien sabe administrarlas con justicia, eficiencia y visión.

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