En las últimas semanas, los principales índices bursátiles en Estados Unidos han alcanzado nuevos máximos históricos, lo que ha reavivado el debate sobre si el mercado está entrando en territorio de burbuja o si, por el contrario, las valuaciones actuales tienen sustento en los fundamentos.
Hoy, las acciones estadounidenses cotizan en múltiplos elevados respecto a sus promedios históricos. Para muchos, esto despierta recuerdos de episodios como la burbuja puntocom a finales de los noventa. Sin embargo, la experiencia demuestra que las valuaciones, por sí solas, rara vez predicen el desempeño del mercado. Lo que realmente marca la diferencia es la capacidad de las empresas para seguir generando utilidades y el rumbo de la política monetaria de la Reserva Federal.
En este sentido, el entorno sigue siendo favorable. La economía de EE.UU. avanza hacia un “aterrizaje suave”: el mercado laboral muestra signos de enfriamiento, pero sin despidos masivos; el consumo se mantiene firme; y la Fed se encamina a un ciclo de recortes de tasas. Históricamente, estas condiciones han sido un viento a favor para los mercados, siempre que las utilidades corporativas mantengan su dinamismo.
Los resultados recientes así lo sugieren: la mayoría de las empresas ha superado expectativas, y las grandes tecnológicas continúan impulsando el crecimiento gracias a la inversión en inteligencia artificial (IA). Si bien existen dudas sobre una posible “indigestión de capex”— es decir, que los gastos en infraestructura tecnológica superen temporalmente los ingresos adicionales — el potencial de monetización es enorme. Firmas como McKinsey o el Foro Económico Mundial estiman que entre una cuarta y la mitad de las tareas económicas podrían automatizarse, generando una oportunidad de ingresos para proveedores de IA de hasta 1.5 billones de dólares al año.
¿Entonces, estamos ante una burbuja? Las comparaciones con la era puntocom son inevitables, pero engañosas: en aquel entonces, los múltiplos eran mucho más extremos, los ingresos mucho más inciertos y el mercado estaba sostenido en buena medida por apalancamiento y expectativas desmedidas. Hoy, las utilidades son reales y crecientes, el endeudamiento de inversionistas es bajo y el sentimiento, lejos de ser eufórico, sigue siendo cauteloso.
Esto no significa que los riesgos hayan desaparecido. Una desaceleración abrupta en las utilidades, un tropiezo en la monetización de la IA o un cambio inesperado en el rumbo de la Fed podrían catalizar una corrección. Pero, en ausencia de esos detonantes, no hay señales de que estemos frente a una burbuja inminente.
En conclusión, más que temer a las alturas, los inversionistas deberían reconocer lo que sostiene el vuelo del mercado: utilidades sólidas, innovación tecnológica y un entorno de política monetaria más benigno. Los retrocesos, cuando lleguen, no deberían interpretarse como el estallido de una burbuja, sino como recordatorios de que en Wall Street, los nervios se castigan y la paciencia se recompensa.
