Presidente de la Comisión de Inclusión Financiera de la Coparmex CDMX.
A pesar de ser alguien dedicado a las finanzas, hay una frase de Woody Allen que me encanta: “La gente tiene miedo de enfrentarse al hecho de que gran parte de la vida depende de la suerte. Da miedo pensar que hay tantas cosas fuera de nuestro control.” En cambio, es probable que muchos de los que suelen ser exitosos en el mundo financiero reprueben lo anterior como una idea irresponsable.
Lo más habitual es que los profesionales y expertos en finanzas consideren que su éxito –cualquiera que tengan– se debe sobre todo a su inteligencia analítica y negociadora; a su personalidad extrovertida y arrojada; a su valentía para arriesgar y a su capacidad de proyectar sus objetivos en forma clara y eficiente. Es más conveniente creer lo anterior que reconocer en qué grado el éxito también está supeditado al azar. No ganamos en prestigio por expresarlo de esa manera. Sin embargo, la suerte acompaña –para bien o para mal– a cualquier ámbito y profesión.
En lo personal reconozco que, en muchas de mis acertadas decisiones financieras y de negocios, la incertidumbre ha jugado a mi favor. En otras, por supuesto, en mi contra. Asimismo, también tengo claro que mis habilidades y conocimientos son elementos muy importantes para generar resultados porque, después de todo, si no jugamos, ni perdemos ni ganamos. Esto lo ilustra adecuadamente uno de mis admirados financieros: Mihir A. Desai. Él utiliza el tablero de Galton, o quincunce, para ejemplificar la “distribución normal” de la campana gaussiana:
Mientras que la mayoría de las bolas caerán en medio y generarán el patrón normal, existe la garantía de que habrá algunas bolas en los lados. Y cuando tienes a decenas de miles de inversionistas profesionales, puedes esperar ver a muchas personas con un rendimiento notablemente bueno. Pero podría no tener nada que ver con su habilidad; es posible que sea suerte, son sólo las bolas que cayeron en uno de los lados del quincunce.
De hecho, el origen de la palabra suerte tiene que ver con lo que no depende de nosotros. Proviene del latín sortis –sorteo–, el método por el cual les eran asignadas parcelas a los soldados romanos como recompensa por su trabajo.
Veámoslo desde otra perspectiva: la mayoría de nosotros solemos evitar el riesgo –de cualquier tipo, no sólo el financiero–. ¿Existe acaso alguien que evite la buena suerte? Lo curioso es que son pocas las personas en el ámbito profesional capaces de reconocer que, si algo les salió bien, sin duda alguna tuvieron suerte, aunque sea un poco.
No darle el debido lugar al azar en nuestras vidas puede conllevar una peligrosa ilusión: que tenemos todo bajo control porque seguimos los pasos necesarios para obtener el resultado que imaginamos. Empero, como nos recuerda Mihir A. Desai con la imagen del tablero, la vida parece más una estadística que una constante aritmética. Cuando un asesor financiero se acerca a nosotros para convencernos de invertir nuestros ahorros en tal o cual fondo, lo normal es que en su exposición oculte los riesgos. Lo malo es que tampoco nos deja claro que, si ganamos, el factor suerte es determinante. Después de todo, ¿quién invertiría un centavo si le dijeran que el éxito depende, en buena parte, de la suerte? Todos queremos escuchar que detrás hay un método que nos asegure un beneficio.
Los italianos llaman a la suerte, fortuna. Qué maravilla sería desearnos fortuna cada vez que salimos a conquistar el mundo. Siempre y cuando no olvidemos que, como sentencia una antigua canción china: “Perdida la fortuna, pierde el oro su brillo”.