Colaborador Invitado

Estatus vs. felicidad

La mayoría de la gente no busca necesariamente la felicidad, sino algo que sea visible y puedan ostentar a los demás: el estatus.

Cuando hablo de frustración financiera, yo siempre recuerdo lo que alguna vez dijo Spencer Johnson: “Es lo que pasa cuando uno desea el dinero, lo consigue y descubre que no le trae la felicidad y, sin embargo, ambiciona todavía más, creyendo que al fin eso va a hacerle feliz.” Desde mi punto de vista, la disociación surge porque, en realidad, la mayoría de la gente no busca necesariamente la felicidad, sino algo que sea visible y puedan ostentar a los demás: el estatus.

Precisamente fue mi necesidad de aparentar un estatus la que me condujo a la quiebra de mi primer negocio serio. Cuando apenas estaba en mis veintes, en Estados Unidos, testifique cómo un pequeño aparato conectado a la entrada de los audífonos de los celulares era capaz de realizar cobros. Por supuesto, se trataba de los primeros mPOS (mobil point of sales). De inmediato, un furor de entusiasmo me convenció de que ese sería un gran negocio en México y, en efecto, puse todo el empeño en crear una empresa para proveer esos aparatos. Para ello recurrí a levantar capital con algunos de mis amigos. En cuanto vieron tal aparato en plena operación, apoyaron la iniciativa y me apoyaron.

Comenzamos a operar, pero antes de encontrar y convencer clientes, lo que hicimos fue rentar unas oficinas en Polanco. Más tarde, ya con algunos clientes y antes que afianzar el negocio, fortalecimos nuestras relaciones públicas con fiestas y cocteles de presentación. Con esas acciones, nuestro estatus de grandes innovadores creció en forma proporcionalmente inversa a nuestros fondos en las cuentas bancarias. Poco dinero, mucho estatus. Por supuesto, la aventura de los mPOS duró muy poco y tras una reflexión sincera y profunda acepté que estábamos en quiebra y que había que entregar las lujosas oficinas.

Traje a cuento esta anécdota personal para demostar con toda claridad que la mayoría de las veces no somos capaces de controlar nuestro impulso, de demostrar que “la estamos haciendo”, debido a que la urgencia de demostrar nuestro estatus se impone a nuestro objetivo inicial de ser felices con nuestros logros.

Por supuesto, mostrar estatus cuesta, y si se sale de control no sólo nos va a meter en problemas financieros, también nos hará un poco más infelices. Todo a nuestro alrededor, cada día, nos convence de que todos deberían querer las mismas cosas: una casa grande, un coche maravilloso, viajes al extranjero por lo menos una vez al año, suscripción a clubes deportivos… Muchas de esas cosas me gustan, sin duda. Sin embargo, también me doy cuenta de que su atractivo es una necesidad de estatus, y el estatus rara vez nos lleva a la felicidad.

Si has estado en un aeropuerto, seguro habrás visto alguna tienda Duty Free. El dueño y fundador de esa cadena fue Chuck Fenney. Antes de morir, donó el 99.99% de su fortuna, calculada en ocho mil millones de dólares, a obras y fundaciones de beneficencia: los dos millones restantes se lo quedaron él y su esposa. No hace falta decir que vivió una vida de lujo cuando tenía toda su fortuna. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que ese estilo de vida no era lo que realmente lo satisfacía. La sociedad le decía que debía tener esas cosas, pero, en el fondo, sabía que nada de eso lo hacía feliz. “Soy feliz cuando ayudo a la gente e infeliz cuando no ayudo a la gente”, confesó más tarde Feeney.

Me encanta esa frase porque habla de qué hacer con el dinero. Quizá sea más humano compartir la felicidad con los seres que nos rodean que pavonearse con un estatus, ya sea real o sólo una ilusión.

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