Colaborador Invitado

Migración: El síntoma de la desigualdad mundial

Tratar la migración como si fuera la causa de problemas económicos y sociales solo desvía la atención de las verdaderas soluciones, que implican la creación de equidad y oportunidades dentro de los países de origen.

En el discurso global sobre la migración, frecuentemente se presenta a los migrantes como el problema, pero es crucial comprender que la migración no es la causa de los desafíos sociales y económicos a los que nos enfrentamos, sino una consecuencia de problemas más profundos: las desigualdades extremas y las políticas que las perpetúan.

Primero, es importante entender que las desigualdades en el acceso a recursos básicos son flagrantes y constituyen una de las principales razones por las que millones de personas deciden emigrar cada año. Más de 700 millones de personas en el mundo carecen de acceso a agua potable, un recurso esencial para la vida diaria y la salud. Aproximadamente 1,200 millones de personas no tienen acceso a electricidad, lo que limita sus oportunidades educativas y económicas, relegándolas a una vida de dependencia y pobreza energética.

El acceso a servicios sanitarios también es desolador, con cerca de 2 mil millones de personas sin instalaciones básicas de saneamiento en sus hogares. Esta falta de infraestructura no solo afecta la dignidad humana, sino que también expone a las comunidades a enfermedades y perpetúa un círculo vicioso de pobreza sanitaria. La falta de vivienda adecuada y segura sigue siendo un desafío para millones, con condiciones de vida que no cumplen con los mínimos estándares de seguridad o comodidad, empujando a las familias a buscar un futuro mejor en otros lugares.

Además, la desigualdad económica es abrumadora. Alrededor de 800 millones de personas viven con menos de un dólar al día, y casi 3 mil millones de personas, casi la mitad de la población mundial, subsisten con menos de dos dólares al día. Estos niveles de pobreza extrema limitan cualquier posibilidad de ahorro o inversión en un futuro mejor, dejando a las familias sin otra opción que la de moverse en busca de una vida más estable y segura.

En América Latina, y específicamente en el Triángulo Norte de Centroamérica, el narcotráfico ha devastado las economías locales, ha corrompido instituciones y ha convertido la vida cotidiana en un campo de batalla. Las políticas económicas, tanto internas como influenciadas por intereses extranjeros, han exacerbado estas condiciones, empujando a millones a abandonar todo lo conocido en busca de seguridad y una vida digna.

En México, observamos cómo la dinámica del narcotráfico y las políticas de empleo deficientes en sectores como las maquiladoras no solo afectan a los mexicanos, sino que también ponen en movimiento flujos migratorios desde y a través del país. La migración es entonces una respuesta lógica y humana a sistemas económicos y políticos que fallan en proporcionar las condiciones mínimas para una vida segura y productiva.

Sin embargo, en vez de abordar estas raíces del problema, las políticas migratorias actuales a menudo se centran en restricciones y medidas punitivas. Esta gestión es errónea y contraproducente. Tratar la migración como si fuera la causa de problemas económicos y sociales solo desvía la atención de las verdaderas soluciones, que implican la creación de equidad y oportunidades dentro de los países de origen.

Es tiempo de que reevaluemos nuestra percepción y nuestro enfoque sobre la migración. Debemos trabajar para cambiar las políticas que generan desigualdad y buscar un enfoque más humano y justo en el tratamiento de los migrantes. Esto no solo es un imperativo moral, sino también una necesidad práctica si queremos resolver las causas subyacentes que impulsan a la gente a dejar sus hogares.

La migración siempre ha sido parte de la historia humana, pero nunca debe ser el resultado de la desesperación y la desigualdad. Como sociedad global, tenemos los recursos y la capacidad para asegurar que todos tengan la oportunidad de prosperar en su lugar de origen. Hacerlo no solo frenará la migración forzada, sino que también contribuirá a un mundo más estable y equitativo. Es momento de dejar de gestionar la migración como una crisis y empezar a tratarla como lo que es: un síntoma de un sistema global que necesita ser reformado.

COLUMNAS ANTERIORES

Desbloqueando el potencial del ‘retail’ media
Manejo proactivo de la deuda subnacional

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.