Colaborador Invitado

Ramón López Velarde: el equilibrio entre el silencio y la palabra

En el centenario luctuoso del poeta nacional, la académica y escritora Martha Lilia Sandoval se reconoce poseedora de una “responsabilidad gozosa”: difundir la obra de López Velarde.

En el centenario luctuoso del poeta nacional, la académica y escritora Martha Lilia Sandoval se reconoce poseedora de una “responsabilidad gozosa”: difundir la obra de López Velarde; en esta segunda parte nos habla del paso del autor por Aguascalientes.

Ramón López Velarde nació en Zacatecas, en 1888, pero a los 10 años se mudó a Aguascalientes, ahí cursó la educación previa a sus estudios de abogado en San Luis Potosí en 1908, salvo por una importante estancia de dos años en el zacatecano Seminario Conciliar y Tridentino. Esos años en la capital del estado conforman el periodo en el que buscó su propia voz y para ello se acompañó de la de Charles Baudelaire, aunque es importante reconocer, como señala la académica y escritora Martha Lilia Sandoval, “que detrás de él hay un gran número de lo que le llaman autores menores, pero que están como por el mismo lado, como buscando el mismo anhelo, que tienen la misma aspiración”. Eran poetas nacionales y extranjeros que leía en publicaciones periódicas y materiales escolares, eran también aquellos con los que convivió, “aquí se encuentra con una serie de amigos y de compañeros y de relaciones sumamente interesantes, únicamente voy a destacar dos: Francisco González León, a quién él llama su consanguíneo, y Amando J. de Alba”, el primero farmacéutico, el segundo sacerdote, ambos educadores y poetas.

En Aguascalientes la formación de Ramón López Velarde se enriqueció con la amistad de escritores y artistas, que lo mismo gozaron en noches de bohemia, que tejieron una red de colaboraciones que derivó en proyectos como la revista Bohemio, “está nutriendo sus primeras producciones, sus primeros acercamientos a la literatura y a la poesía y a la crítica literaria porque él empieza conjuntamente haciendo crítica literaria, haciendo prólogos, por ejemplo, hace el prólogo para el libro de Eduardo J. Correa que se llama En la paz del otoño. Entonces tenemos a un muchacho que él mismo va a decir entre sus cartas y confidencias que este fue un periodo importantísimo de aprendizaje”, señala Martha Lilia Sandoval.

Lecturas y convivencias quedaron registradas en su obra, en dedicatorias y menciones, en textos que despuntaron en Aguascalientes y que desde el principio reflejaron un ardiente mundo interior en constantes búsquedas, como la del equilibrio entre el silencio y la palabra, ejercicio de contemplación y creación: “le vienen de la cultura católica estas dos cosas, esta cuestión de examinarse a sí mismo, pero a la vez y esto es quizás donde viene la cuestión de la literatura francesa, el simbolismo y todo esto, es no tomarse tan en serio”, comenta la doctora Sandoval, quien también señala que de ese ejercicio siempre emergió la luz, la palabra, pero advierte que no la palabra charlatana y recuerda lo que el mismo autor compartió en cierta conferencia dictada en la Universidad Popular, en 1916: “Yo anhelo expulsar de mí cualquiera palabra, cualquiera sílaba que no nazca de la combustión de mis huesos”.

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