Clemente Ruiz Duran

El delicado margen entre protección e innovación

Los nuevos aranceles redefinen la estrategia económica de México y exigen impulsar innovación e I+D para lograr una reindustrialización competitiva.

La aprobación en la Cámara de Diputados de una nueva política arancelaria marca un punto de inflexión en la estrategia económica de México. Tras décadas de apostar por mercados abiertos y cadenas globales de valor, el país vuelve a colocar la reindustrialización y la autonomía productiva como ejes del desarrollo. Sin embargo —y es aquí donde radica el verdadero desafío— traducir esos aranceles en un proceso efectivo de sustitución de importaciones que impulse la innovación, genere empleo y fortalezca las capacidades nacionales.

La protección arancelaria puede ser un instrumento útil para catalizar el desarrollo industrial; pero su eficacia depende en gran parte de la capacidad del país para invertir en ciencia, tecnología e innovación. En este contexto, la inversión en investigación y desarrollo (I+D) cobra un papel central: solo mediante un esfuerzo sostenido de innovación puede elevarse el contenido tecnológico de la producción nacional.

La OCDE —mediante su indicador de gasto interno bruto en investigación y desarrollo ofrece una referencia clara de lo que países con economías avanzadas destinan a innovación. Para 2023, el promedio de la OCDE en inversión en investigación y desarrollo (I+D) fue de aproximadamente 2.7 % del PIB. En contraste, países de alto desempeño en I+D dentro de la OCDE alcanzan niveles mucho más altos: por ejemplo, naciones como Israel o Corea del Sur sobresalen con cifras que rondan entre el 5 % y 6 % del PIB. Para muchos otros miembros de la OCDE —incluso los industrializados— mantener una intensidad de I+D cercana a ese promedio requiere políticas activas, inversión privada, incentivos fiscales, capital humano, infraestructura tecnológica y entornos institucionales estables.

Las diferencias en gasto de I+D ilustra esta heterogeneidad: algunos países lideran con intensidades muy altas, mientras otros permanecen por debajo del promedio. Esa dispersión es una llamada de atención: la ambición de sustituir importaciones y relanzar una base industrial competitiva requiere no solo protección transitoria, sino un compromiso real con políticas de innovación robustas. El reto para México será proteger sin sacrificar la innovación

El margen de maniobra es, no obstante, estrecho. Si los aranceles sirven únicamente para resguardar industrias tradicionales sin impulsar modernización, se corre el riesgo de generar “zonas de confort” improductivas, con baja productividad y limitadas posibilidades de competir en mercados internacionales.

Por ello, el éxito de la política arancelaria dependerá de la capacidad del Estado —y del sector privado— para orientar los incentivos hacia industrias de alto valor agregado: semiconductores, electromovilidad, biotecnología, tecnologías de la información, energías renovables, farmacéutica avanzada. Sectores que requieren inversión sostenida en I+D, desarrollo tecnológico, capital humano especializado e integración a cadenas globales dinámicas.

La sustitución de importaciones no puede entenderse como un retroceso autárquico, sino como una estrategia moderna de inserción competitiva, que combine protección temporal con exigencia permanente de innovación y calidad. En este sentido, los datos de la OCDE sobre inversión en I+D son un referente relevante para medir las aspiraciones de futuro: si México quiere acercarse a esos niveles de intensidad, deberá considerar reformas profundas, tanto en política industrial como en incentivos a la investigación, la inversión privada, la educación técnica y la infraestructura productiva.

Los aranceles representan apenas un punto de partida: la verdadera apuesta es transformar ese instrumento en una palanca de modernización. Pero para ello, la protección debe ir acompañada de una política decidida de innovación —y aquí la inversión en I+D: una condición imprescindible.

La pregunta clave es si las instituciones mexicanas y el sector productivo cuentan con la fuerza, la coordinación y la disciplina para convertir esta política en un camino hacia la industrialización moderna. El margen es delicado: proteger sin aislarse, incentivar sin rentismo, innovar sin sacrificar competitividad. Los datos de la OCDE sobre inversión en I+D subraya lo claro: sin innovación, no hay transformación real.

México se encuentra ante una oportunidad histórica. Que los aranceles no sean un fin, sino un medio para relanzar una economía moderna, resiliente y competitiva en el siglo XXI.

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